Hoy, aún sabiendo que hacerlo me acabaría provocando la nausea, me he permitido ojear, que no leer en profundidad, un par de periódicos escritos de esos que llaman de tirada nacional.
¡Qué tiempos estos en los que para ser periodista basta con saber juntar letras y tener un diccionario a mano! Hoy, cualquiera puede escribir lo que supone o piensa sin pruebas, sin ética ni deontología, y los editores los publican con la misma ligereza con la que en las redes sociales se comparte un meme.
El cuarto poder hispano, ese gran defensor de la democracia, se parece más al cuarto de los trastos de cualquier vivienda antigua: peligroso, polvoriento y sin manual de instrucciones. Menos mal que siempre nos queda la incredulidad, esa asignatura pendiente en las escuelas, para leer periódicos, escuchar la radio y ver la tele con la misma fe con la que uno espera encontrar oro en esta montaña de basura mediática.
Hay medios empeñados en que las mentiras acaben pareciendo verdades.
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