Y además del PP judicial tenemos la comparecencia del genio de Génova, 13, recién salido de la lámpara maravillosa.
La comparecencia de Alberto Núñez Feijoo para valorar el curso político ha sido un ejemplo paradigmático del uso de un lenguaje inquisitorial, crispante y carente de sustento jurídico, que solo contribuye a degradar el debate público en España.
Desde el inicio, Feijoo ha optado por la descalificación personal, recurriendo a expresiones como “presidente sin límite moral” y acusando a Sánchez de “hurtar a España el verdadero equilibrio” del año político. No se trata únicamente de una opinión política dura, sino de una construcción discursiva hiperbólica y desbordada, rayando el insulto y la insinuación soez, al hacer alusiones directas a presuntos vínculos familiares del presidente con la prostitución y al afirmar que el PSOE “ha abandonado a las mujeres” y que “el sanchismo es machismo”.
Feijoo encadena acusación sin prueba ni concreción jurídica: habla de decadencia, escándalos y cesiones en el Ejecutivo, de convertir España en un Estado fallido y llega a afirmar que el actual gobierno pone en riesgo la seguridad y la cohesión internacional de España. Son ataques sustentados en generalidades o en investigaciones abiertas, pero convertidos en auténticas sentencias morales antes de que los tribunales, si proceden, hayan podido pronunciarse. Esta estrategia de denuncia continua, siempre acompañada de evocaciones a la corrupción y de comparaciones históricas desmesuradas, carece de la mínima prudencia y respeto institucional exigible a quien aspira a presidir un país democrático.
Su uso de metáforas y afirmaciones desmedidas, como que Sánchez quiere convertir España en un Estado fallido, que su Gobierno arrebata la esperanza a una generación o que ha convivido con prostíbulos en su unidad familiar, pagados con dinero público, solo introduce confusión y crispación social, sin aportar ni un solo argumento jurídico sólido. No existe correlato legal o sentencia firme que justifique tales imputaciones en los términos expuestos; se recurre así al efecto mediático ya la sospecha infundada para suplir la falta de pruebas y de rutas jurídicas plausibles. Hacerlo alguien en estado de embriaguez en la barra de un bar, puede ser rechazable pero comprensible. Que lo haga el representante del partido que quiere ser gobierno es impresentable.
A mayor abundancia, en el discurso Feijoo usa un lenguaje polarizador y excluyente, dirigido más a alimentar el enfrentamiento que a construir políticas alternativas. Sus afirmaciones sobre jóvenes, mujeres y seguridad carecen de soporte empírico; sus datos sobre la economía y el bienestar son parciales cuando no falsos y no compensan la retórica inflamatoria predominante.
La intervención de Feijoo revela una peligrosa deriva en el uso del lenguaje político: el abandono de la crítica fundada y su opción siempre por el exabrupto, la hipérbole y la acusación sin pruebas. Esta actitud no solo erosiona la credibilidad de las instituciones sino que, además, empobrece el debate democrático y social.
Como diría Mota, no es cretino y mala gente un día., es cretino y mala gente pa siempre.
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