La catástrofe que Israel, bajo el mando de Netanyahu, ha desatado en Gaza es una atrocidad de dimensiones históricas que clama por un reproche absoluto, no solo hacia el propio régimen israelí sino también a quienes, en Occidente y con Estados Unidos a la cabeza le han brindado cobertura, armas, impunidad y, lo que es incluso más inaceptable, silencio cómplice ante el sufrimiento de cientos de miles de palestinos.
Los hechos son incontestables: más de 60,000 personas han muerto desde el 7 de octubre de 2023, la mayor parte civiles, mujeres y niños incluidos, víctimas de bombardeos indiscriminados y un asedio despiadado que ha reducido Gaza a escombros. El informe de Amnistía Internacional, los análisis de ONG israelíes como B’Tselem y Médicos por los Derechos Humanos, e incluso las Naciones Unidas, han calificado ya esta destrucción sistemática como genocidio de acuerdo a los estándares internacionales: “una destrucción deliberada y sistemática de la sociedad palestina en la Franja de Gaza”.
Y mientras la maquinaria militar tala la vida de toda una generación palestina con armas suministradas principalmente por EE UU, el asedio económico y el bloqueo israelí provocan, ante la pasividad del mundo, una pesadilla de hambre y desnutrición para los supervivientes. Hoy, niños palestinos mueren de inanición porque el acceso de alimentos y ayuda es bloqueado de manera consciente y planificada, hasta el punto de que la OMS ha calificado la situación de “hambruna masiva provocada” y ha denunciado que más de un centenar de niños han muerto literalmente por hambre en las últimas semanas, y muchos más están al borde de la muerte.
La actitud de Netanyahu es la de quien actúa con total impunidad, convencido de que ningún alto el fuego ni denuncia internacional tendrá respuesta real. Sin embargo, esta impunidad le ha sido conferida y protegida por la inacción, cuando no el apoyo directo, de Estados Unidos, que no solo ha suministrado el grueso del armamento empleado para arrasar Gaza sino que, además, ha vetado en la ONU toda resolución efectiva y ha continuado presentando el asedio como un asunto de autodefensa ante el “terrorismo”. El resto de Occidente, con unas pocas excepciones, se limita a mirar para otro lado mientras utiliza una retórica tibia de “preocupación” y “equilibrio” que de nada sirve frente al horror diario que soporta el pueblo palestino. Esta cobardía y complicidad, esta indiferencia disfrazada de realismo diplomático, solo alimenta la maquinaria criminal y genocida, y también legitima los crímenes que hoy se están cometiendo.
Cada día que pasa sin que la comunidad internacional imponga sanciones reales y detenga el flujo de armas o ejerza presión efectiva sobre Netanyahu y sus aliados, el horror y el genocidio continúan, y con ello la mancha de vergüenza y responsabilidad histórica—en las manos de Estados Unidos y los países occidentales no hace sino crecer.
La historia recordará a los verdugos, pero tampoco absolverá a los cómplices pasivos de esta barbarie, y España debe salvaguardar su sitio en la historia para que nuestras próximas generaciones no se avergüencen .
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