Se descubrió el pastel, pero nadie se atrevió a cortarlo.
La justicia fue al trote de mula vieja, siempre con la llave en el bolsillo equivocado
y papeles en cajones que solo abren si el viento sopla a favor del poder.
Mientras tanto, los que levantan patrias como quien levanta pesas,
lo hornean tras las cortinas y confiesan al oído:
“Que caiga España, que después la levantamos nosotros”.
El hoy contra ti, mañana contra mí, la política de palos y rezos a Dios,
con la mano derecha ondeando la bandera y la izquierda robándote el reloj,
te dejan solo ante el televisor, sumando mentiras al café de todas mañanas.
Porque algunos hicieron de la hipocresía su única patria y del saqueo su bandera.
Usan policías para cazar enemigos y haciendas para amedrentar bocas.
Embajadas, jueces y periódicos: todo sirve si sirve para tapar el ruido del novio.
Mientras ella pasea y mira el jardín de la austeridad de cuatro millones,
y el pueblo sueña con un dormitorio sin goteras, suena un bombo que oculta novios, ministros y porteros,
y la Puerta del Sol ya es moneda de cambio.
La historia, vieja ratera, nos enseña que estos salteadores de caminos
insultan la inteligencia con desfachatez sin tristeza.
Roban el trigo, y predican la bondad.
Sus únicas siglas: la hipocresía. Su único país: el botín.
Pero cuidado, porque ellos apuestan siempre a la impunidad,
mientras el pueblo mastica las migas del pastel que todavía se hornea,
a la espera de que alguien, algún día, tenga hambre de justicia.
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