“La visión androcéntrica genera sesgos en la exploración, valoración y aplicación de terapias, contribuyendo a la invisibilidad de las enfermedades femeninas. A esto se suma que, desde la infancia, las mujeres interiorizan roles y expectativas que las llevan a priorizar el bienestar ajeno y a minimizar sus propios síntomas”
La salud de una sociedad se mide, en gran parte, por cómo cuida a sus miembros más vulnerables. Sin embargo, cuando hablamos de las mujeres en España, y en particular en regiones como Castilla-La Mancha, nos encontramos con una realidad preocupante: una salud femenina sistemáticamente relegada y permeada por sesgos culturales y de género que tienen consecuencias devastadoras.
Un reciente barómetro publicado por el colectivo francés Femmes de Santé, en colaboración con el instituto francés CSA (Consumo, Ciencia y Marketing), y realizado a 1.008 mujeres mayores de 18 años en octubre de 2024, ha arrojado luz sobre una tendencia alarmante: las mujeres priorizan la salud de sus familiares y allegados por encima de la suya propia. La familia ocupa el primer lugar en sus prioridades, seguida por el bienestar de quienes las rodean, dejando su propia salud en un preocupante tercer puesto.
Esta priorización no es una excepción; es una norma que se mantiene año tras año. El bienestar de sus seres queridos es el factor que más influye en su percepción de la salud, mientras que la falta de profesionales sanitarios y las consecuencias de los contaminantes ambientales son preocupaciones que han disminuido respecto a 2023, y las consecuencias del trabajo o hábitos nocivos como el tabaco y el alcohol quedan en los últimos puestos de sus preocupaciones personales. Resulta especialmente llamativo que, para las mujeres jóvenes de 18 a 24 años, el trabajo se sitúe como la segunda causa que más afecta a su salud, solo por detrás del bienestar de sus seres queridos.
El estudio revela también que, si bien cada vez más mujeres reconocen que su estado de salud afecta su vida en general, este impacto se percibe principalmente en la actividad física, la vida cotidiana y la salud mental. Solo el 43% considera que su salud repercute en su vida laboral, lo que sugiere una desconexión alarmante entre el bienestar personal y el ámbito profesional.
Cuando buscan información sobre salud, la mayoría de las mujeres acude a su médico de cabecera (87%), a especialistas (75%) o a otros profesionales sanitarios (41%). El empleador es una fuente poco utilizada (5%), aunque entre las jóvenes de 18 a 24 años este porcentaje sube al 18%. Además, el 71% de las mujeres declara tener dificultades para conciliar maternidad y vida laboral, y el 55% considera que las empresas no hacen lo suficiente para prevenir problemas de salud en el trabajo.
Pero esta auto-negligencia no es el único factor. Se le suma un problema estructural mucho más profundo: los sesgos culturales y de género incrustados en nuestro sistema sanitario.
En Castilla-La Mancha, y por extensión en el resto de España, estos sesgos se traducen en un diagnóstico tardío y una minimización constante del dolor femenino. El resultado son unas cifras son escandalosas:
Las mujeres en Castilla-La Mancha esperan, de media, hasta seis años para obtener un diagnóstico efectivo de una enfermedad crónica, mientras que los hombres esperan alrededor de 3,2 años. Este retraso se atribuye tanto a la falta de investigación específica sobre enfermedades femeninas como a la tendencia a normalizar o infravalorar ciertos síntomas en las mujeres, especialmente el dolor, como se recoge en la Guía de género y salud del Instituto de la Mujer de Castilla La Mancha. La endometriosis, una enfermedad que afecta a entre un 10-15% de la población femenina, es un caso paradigmático: el diagnóstico puede tardar entre 8 y 10 años, debido a la normalización del dolor menstrual y la falta de conocimiento específico, lo que repercute gravemente en la calidad de vida de las afectadas.
Las mujeres en Castilla-La Mancha son quienes más manifiestan dolor “extremo” y un 68% de ellas presenta alguna enfermedad crónica (frente al 60% de los hombres). Sin embargo, el dolor femenino tiende a ser minimizado o atribuido a causas emocionales, lo que dificulta un tratamiento adecuado. Además, las mujeres presentan mayor frecuencia de enfermedades crónicas, peor salud general y más malestar, en parte por la sobrecarga de trabajo no remunerado y el peso de los roles de cuidado.
Esta invisibilización no se detiene en el dolor físico. También afecta a la salud mental. Aunque las mujeres acuden más a consultas de salud mental (5,1% frente al 3,7% de los hombres), existe una peligrosa tendencia a etiquetar sus síntomas como problemas psicológicos, especialmente si se desvían de los roles de género tradicionales.
Esto lleva a una sobremedicalización y a una falta de reconocimiento de causas físicas subyacentes. El estigma asociado a los problemas de salud mental en mujeres implica que sus quejas sean menos creídas y más fácilmente descalificadas, lo que agrava el infra diagnóstico y la falta de atención adecuada.
Son consecuencias y hay que preguntarse: ¿por qué ocurre esto? Las causas son tanto estructurales como culturales. La medicina, históricamente, ha estado centrada en un modelo masculino, lo que ha llevado a extrapolar síntomas y tratamientos sin considerar las diferencias biológicas y culturales de las mujeres.
En Castilla-La Mancha, los sesgos culturales y de género condicionan de manera crítica el reconocimiento de los síntomas en las mujeres, generando retrasos inaceptables en el diagnóstico, la minimización del dolor y la sobremedicalización de problemas psicológicos
Esta visión androcéntrica genera sesgos en la exploración, valoración y aplicación de terapias, contribuyendo a la invisibilidad de las enfermedades femeninas. A esto se suma que, desde la infancia, las mujeres interiorizan roles y expectativas que las llevan a priorizar el bienestar ajeno y a minimizar sus propios síntomas, reforzando la tendencia a consultar tarde o a normalizar el malestar.
No nos equivoquemos. En Castilla-La Mancha, los sesgos culturales y de género condicionan de manera crítica el reconocimiento de los síntomas en las mujeres, generando retrasos inaceptables en el diagnóstico, la minimización del dolor y la sobremedicalización de problemas psicológicos. Es imperativo que esta realidad cambie. No podemos permitir que la salud de la mitad de la población siga siendo una asignatura pendiente. Necesitamos profundizar en políticas y prácticas con perspectiva de género que garanticen una atención sanitaria equitativa y de calidad. La salud de las mujeres no es solo un asunto de ellas; es un reflejo de la equidad y el progreso de toda nuestra sociedad.
Es hora de hacer visible lo que ha permanecido dolorosamente invisible.
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