lunes, 21 de julio de 2025

Gaza, la tierra herida

En Gaza, no amanece el pan, ni el sueño crece alto como el trigo.  

Allí, donde el agua es un recuerdo y la infancia cabe en una tumba pequeña,  una madre se queda sin leche mientras los cielos reparten metralla  en raciones exactas de silencio internacional.

Los niños de Gaza no cuentan estrellas, las entierran.  

Aprenden a nombrar el hambre antes que el abecedario, y saben que hay muros que no se ven, pero oprimen mucho más.

Los gobiernos de occidente militan la compasión rentable, firman comunicados, reuniones, palabritas tibias,  manan discursos de derechos humanos que se derriten al sol frente a la tumba colectiva de Gaza.

Estados Unidos, dueño del gran veto, vigía del infierno en la Tierra Santa, sirve balas envueltas en tratados, da permiso con su silencio, y llama “defensa” al hambre con uniforme, al fin del juego, a la primavera de cuerpos diminutos que se apagan sin ruido.

Gaza sangra, y cada gota escribe en la memoria del mundo un capítulo borrado, rasgado por la hipocresía y la connivencia que todo lo compra, todo lo vende, menos la dignidad de un niño  

que aún se atreve a reír, sobre las ruinas, contra todas las condenas.

En estos días, después de tanto, nos preguntamos si la historia es un espejo roto o un paredón interminable. Y Gaza nos contesta, que la injusticia tiene muchos nombres, pero el hambre no miente nunca.

Es insoportable.

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