Cuando Feijóo asumió la presidencia del Partido Popular (PP) en 2022, lo hizo bajo la promesa de un nuevo rumbo para el partido. Su mensaje inicial fue claro: buscaba reconstruir el PP sobre los pilares de la moderación, la tolerancia y la serenidad, alejándose de la crispación política que había marcado la etapa final de su predecesor Casado. Feijóo se presentaba como un líder capaz de unir a los españoles, defendiendo la centralidad política y la igualdad ante la ley, y prometiendo una “tolerancia cero” contra la corrupción y el sectarismo.
Durante el XXI Congreso Nacional del PP, Feijóo se reafirmó en estos compromisos, proclamando que la centralidad no era indefinición, sino ambición, y que el PP no negociaría nunca con quienes pretendieran romper la unidad de España. Se comprometió a anteponer el país a su partido, defendiendo la política honrada y las instituciones independientes.
Sin embargo, el tono y la actitud de Feijóo han experimentado un giro radical en los últimos meses. Lejos de la serenidad prometida, el líder popular ha adoptado una estrategia de confrontación directa y personal, especialmente contra el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. En los debates parlamentarios más recientes, Feijóo ha cruzado líneas rojas, recurriendo a ataques personales que han generado un fuerte rechazo incluso entre políticos veteranos y analistas.
En su última intervención en el Congreso, Feijóo tildó a Sánchez de “fraude” y “político destruido”, y llegó a insinuar que la familia del presidente estaba vinculada a negocios turbios, en referencia a antiguos casos mediáticos. Estas acusaciones han sido consideradas por algunos como “bochornosas” y “asquerosas”, por su agresividad y falta de respeto a los límites éticos del debate político. Iñaki Anasagasti, exsenador del PNV, calificó la actitud de Feijóo como “bochornosa” y subrayó que “lo peor ha sido la agresividad, la falta de educación y los insultos”. Y ayer, Feijóo ha intensificado el uso de un lenguaje duro y descalificativo, acusando a Sánchez de vivir “de prostíbulos” y de encabezar una “trama de corrupción”, en un tono que dista mucho de la serenidad y la tolerancia que prometió al llegar al liderazgo del PP.
El contraste entre la imagen inicial de Feijóo y su actitud actual es evidente: la moderación y serenidad se han tornado confrontación y ataques personales; la tolerancia y centralidad política hoy son un discurso polarizador y agresivo; el respeto institucional y ética política anunciadas hoy son cruce de líneas rojas en el debate; y su compromiso con la unidad y la igualdad hoy la ha transformado en el uso de la política como arma arrojadiza.
Las reacciones y consecuencias no se han hecho esperar. La actitud de Feijóo ha generado incomodidad incluso dentro de su propio partido y entre sus socios potenciales, que ven en este giro una traición a la promesa de hacer política desde la serenidad; analistas y figuras políticas han advertido que esta estrategia puede tener un efecto boomerang, erosionando la imagen de alternativa sensata que Feijóo había construido y alimentando la polarización política en España.
Lo que hoy no parece discutible es que la evolución de Feijóo, de adalid de la tolerancia y la serenidad a protagonista de una política de confrontación y ataques personales, pone en cuestión la autenticidad de su discurso inicial. El contraste entre la promesa y la realidad revela una deriva hacia un “arrojar acido a la cara del rival” que él mismo criticó en otros, y, aunque no lo sepa, abre un debate sobre los límites éticos de la oposición en la España actual.
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