miércoles, 31 de diciembre de 2025

El Tren de los días vividos


Siempre había vivido años luminosos, con mañanas y tardes que olían a verano y a sonrisas en el patio. Era tan pequeño aquel pueblo, que los amigos se confundían con la familia, y eso provocaba que la vida no tuviese nunca prisa. Todo se hacía divertido, y la vida giraba alrededor de las risas, de aquellas noches interminables bajo la luna, convencido de que, aunque pasase el tiempo nada cambiaría.  

Pero estaba equivocado, porque el tiempo, silencioso y obstinado, comenzó a borrar los rostros de muchos, a sustituir las promesas por sordos silencios. Él, que siempre tuvo el corazón lleno de nombres y canciones antiguas, un día descubrió que estaba solo. No recordaba en qué momento se había roto la magia de su vida, solo que una mañana la risa de ella ya no estaba en la casa.  

Durante muchos años trató de olvidarla y seguir su camino, pero cada vez era mayor el peso de las ausencias, y eso lo fue inclinando a vivir más entre los recuerdos del pasado. Una tarde, incluso se puso a rebuscar en los cajones de la cómoda, aquellas cartas amarillentas, que guardaba dobladas con ternura, y quiso volver a leerlas. Cuando releyó todas, empezó a sentir  que su vida había cambiado demasiado deprisa. Entonces recordó unas palabras de su padre , aquellas que siempre se había obstinado en ignorar, en las que le decía que la realidad siempre nos llega cuando la juventud se nos pasa. 

Se despertó de madrugada, fue al aseo y al mirarse al espejo, vio que en sus ojos ya estaba tatuado el cansancio de todos los trenes que nunca había tomado. Aquello le causó terror, y fue ese el momento en que decidió retroceder, pero no en el tiempo ni en los años, sino a la primera intención. Tenía que hacerlo antes de que terminase el año y llegase el nuevo. Tomó el tren y regresó al pueblo. Empezó a caminar por el paseo hasta el banco de madera donde ella se sentaba y sobre el que solía dejar su último libro. Sabía que ella no vendría, pero no perdía la esperanza y esperó.  

Pasaron las horas y se hizo a la idea de que no vendría. Empezó a caminar por las calles del pueblo, con una pizca de esperanza, pero no la encontró. El tiempo también la había borrado de las calles. Sin embargo, de repente, notó que algo raro le sucedía, y al cerrar los ojos, comprobó cómo el aire olía otra vez a verano, y de nuevo la voz de ella, lejana, pero viva, resonó a lo lejos. Él pensó si había vuelto, igual lo había hecho para recordarle la última promesa aún inacabada. Aquel día aprendió, que no siempre hay que intentar recuperar el pasado, que a veces ya es mucho llegar a reconciliarse con él. 

Volvió a la estación y tomó el tren de vuelta. Y mientras se alejaba en aquel río de hierro atravesando paisajes y recuerdos en la vieja vía oxidada, supo que, aunque no podría recuperarla a ella antes de que llegase el año nuevo, a él aún le quedaba tiempo para no volver a perderse a sí mismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

El Tren de los días vividos

Siempre había vivido años luminosos, con mañanas y tardes que olían a verano y a sonrisas en el patio. Era tan pequeño aquel pueblo, que los...