viernes, 12 de diciembre de 2025

Fanatismo de carné


Morir antes de votar a un rojo, sí; pero también antes de reconocer que tu lealtad política vale más que tu vida, la de tus hijos y la de tus padres.

Hay quien se tatuaría las siglas de su partido en la frente antes que aceptar que lo que vota mata, empobrece y abandona a la gente común en una urgencia, en una UCI o en la puerta de un hospital. 

Prefieren morir fieles a un logo que vivir con la incomodidad de pensar por su cuenta, aunque eso signifique convertirse en simple mercancía para quienes han convertido la sanidad y los servicios básicos en negocio.

No es fidelidad, es servidumbre voluntaria: seguir defendiendo a incompetentes y corruptos mientras se acumulan las listas de espera, las muertes evitables y el deterioro de todo lo que debería protegernos. Esa ceguera identitaria, esa adhesión irracional a unas siglas, se parece demasiado a una secta como para seguir llamándola “voto fiel”.

Pueden morir en la puerta de un hospital porque el modelo que tanto aplauden trocea la sanidad, la privatiza por la puerta de atrás y convierte cada retraso en una sentencia de muerte perfectamente evitable. 

Pueden tragarse años de recortes que se traducen en miles de muertes evitables, y aun así seguir repitiendo que “no hay dinero” mientras sus líderes blindan beneficios privados con dinero público.

Pueden aceptar que sus padres mueran en una residencia sin derivación al hospital, porque “total, ya estaban mayores”, mientras el sistema ahorra camas, personal y cuidados a costa de vidas concretas con nombres y apellidos. 

Y pueden tragarse en silencio los efectos de cada negligencia política, desde cribados que no se comunican hasta alertas que no se envían, siempre que el responsable lleve su color en la papeleta.

Esa obediencia ciega no es neutral: tiene consecuencias tan tangibles como una metástasis detectada tarde, una neumonía sin atender a tiempo o una ambulancia que nunca llega porque se decidió “optimizar recursos”. Cuando se rompe la sanidad pública y se vacía la atención primaria, las estadísticas de mortalidad evitable suben, y detrás de cada número hay alguien que confió más en un partido que en los datos.

Seguir votando como si nada no es solo ceguera, es complicidad con un modelo que ya ha demostrado, con cifras en la mano, que privatizar y recortar mata. 

Llegados a este punto, lo honesto sería admitirlo: hay quien prefiere morir antes que traicionar su bandera partidaria, aunque sea su propia bandera la que lo empuja al precipicio.

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