martes, 30 de diciembre de 2025

Astillas de amor en una casa con fantasmas


En esta casa antes hubo soledades. Eso me lo cuentan sus paredes, que aún conservan las ojeras que les dibujó la humedad. Recuerdo el día que abrimos puertas y ventanas para que entrara el aire de tus cielos y salieran los viejos fantasmas con sus maletas cargadas de polvo. Desde entonces, cada corriente de aire me trae una noticia pequeña, la de que todavía estamos vivos. Hay quienes hacen del amor un banquete, hay quienes hacen del amor una trinchera, y hay quienes, como tú y como yo, lo convertimos cada día en una pregunta sin respuesta. 

A los que dicen que yo no te merezco, tendría que contarles la historia completa, porque igual no saben que no hay demonio que no haya sido antes ángel, ni caída que no empiece por un intento de salto. Ahora respiro, aunque respirar se está volviendo un oficio peligroso, porque  bajo la piel guardamos astillas de recuerdos y cada una tiene su nombre, una fecha y su cicatriz. Sacar una astilla es sacar también un pedazo de nuestra historia. 

A veces hablo con fantasmas, y aunque no recuerdo sus nombres, ellos recuerdan el mío. Vienen cuando se apaga la luz, se sientan junto a la cama, y me cuentan lo que pude haber sido si el miedo no me hubiera llegado tan pronto. Si me voy, si me duermo, la vida se apaga un poco. Pero hay apagones que encienden otros lugares, y de pronto se ilumina hasta la silla vacía de la cocina. 

Ya habrá alguien que se haga cargo de las culpas de este pecado, aunque nadie quiere mirar de cerca las botellas vacías del miedo, los platos sin lavar del pasado, las manchas de amor seco en las sábanas que no salieron con ninguna marca de jabón. El futuro es sólo una promesa lejos de la casa, y ya solo espero manos que me salven del silencio. 

Tu costumbre de amarme. Mi fe. El silencio. La vida es un pasajero que duerme en el vagón de un tren de paso. Cuando el futuro es una promesa y el hogar un recuerdo, ya solo espero unas manos que me salven del silencio.


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