viernes, 26 de diciembre de 2025

El falso mito del centro político


En las cenas de Navidad, todos huimos de enfrentamientos dialécticos, y perdonamos todo al “cuñao” de turno. Una forma de hacerlo es solo ver, no entrar al trapo, cómo aquellos con posiciones más escoradas a la derecha, se visten de defensores de un centro político, que cuando les pides que lo definan, es esa interpelación la que se convierte en el gran problema, porque aquello de "en el centro está la virtud", es realmente también cuestionable a estas alturas en nuestro país, porque eso no es el centro.

Durante las últimas décadas, la política española ha vivido una peculiar obsesión con el “centro”. Todos los líderes de la derecha, de Aznar a Feijoo, pasando por Rivera, han proclamado su aspiración de ocuparlo. Sin embargo, lo que subyace en esa idea no siempre es la búsqueda de equilibrio o de moderación, sino algo más profundo y problemático: la pretensión de colocarse en el punto moralmente superior del tablero político.  

Cuando Aznar hablaba de construir un partido de centro, no proponía un espacio centrado flexible capaz de integrar sensibilidades diversas, sino un proyecto supremo, jerárquico, que ordenaba las ideas según su cercanía a ciertos valores considerados por él cómo absolutos  (la nación, la unidad, la familia tradicional, el orden) situándolos por encima de la pluralidad democrática. En esa visión, quien no comparte dichos principios no ocupa otro punto del debate, sino un nivel inferior, casi ilegítimo.  

El problema es que esa lógica convierte el centro en un instrumento de exclusión. Si el centro es lo que uno mismo representa, todo lo demás queda a los márgenes: el adversario, por definición, no puede tener razón. De ahí proviene la dificultad crónica de la derecha para pactar más allá de su propio bloque. Llegar a considerar que solo ellos encarnan la verdadera España implica negar de partida la legitimidad de los demás proyectos políticos, en especial los de la izquierda o el nacionalismo.  

La consecuencia, es que el “centro” deja de ser un espacio de consenso y se transforma en una coartada solo retórica. El verdadero centro político no consiste en situarse entre dos extremos por pura geometría ideológica, sino en practicar la empatía democrática, aceptar la pluralidad y renunciar a la idea de que uno es el único intérprete válido de la verdad nacional. Mientras la derecha no asuma esta tarea, se seguirá llamando a si misma “centro” sin llegar nunca a serlo.


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