viernes, 12 de diciembre de 2025

LOS HOMBRES SOCIALISTAS NO PUEDEN PERMANECER CALLADOS ANTE LAS DENUNCIAS DE ACOSO.


La reacción del PSOE a los casos de acoso, demuestran su error de cálculo, no son solo un problema de un dirigente concreto, sino un síntoma de algo más profundo: cuando el feminismo se queda en el discurso y no se traduce en las prácticas cotidianas y tiene reflejo en protocolos eficaces. El resultado es siempre el mismo, la desprotección de las víctimas y la erosión de la credibilidad democrática.

LO ocurrido en una Diputación donde un responsable político dimite de la presidencia, pero conserva la alcaldía, lo que hace es transmitir un mensaje inequívoco negativo , por si alguien no se ha dado cuenta: el daño reputacional se gestiona, la raíz del problema se esquiva. No se trata de si hay pruebas concluyentes o de si el sumario está avanzado, sino de entender que, en casos de acoso, la prioridad debe ser la protección de las posibles víctimas y la ejemplaridad de las instituciones. Cuando un partido que se reclama feminista actúa a medias, la ciudadanía percibe que el feminismo es un adorno programático y no un criterio real de actuación. 

No puede cuestionarse que debe reclamarse contundencia, rapidez y respaldo explícito a las víctimas, más allá de la retórica. El contraste entre la respuesta en unos casos donde se actuó en cuestión de horas y se activó un protocolo, y la lentitud en otros, revela que no basta con tener normas: hace falta voluntad política para aplicarlas siempre, también cuando el afectado es “uno de los nuestros”. La peor decisión en política es la que no se  toma.  Un feminismo selectivo, que se endurece ante el adversario y se ablanda ante el aliado, deja de ser feminismo para convertirse en coartada.

Y junto a esto nos encontramos la hipocresía del “feminismo sobrevenido”. Hoy leía un comentario de M Lucas al respecto, porque resulta irónico asistir a este “club de fans” repentino de Irene Montero, al que ahora parecen pertenecer todos los que hasta ayer denigraban su ley y su figura, y hoy repiten sus consignas como arma arrojadiza contra el Gobierno.  Ese feminismo sobrevenido de ciertos líderes de la derecha, que solo aparece para atacar al adversario, pero nunca para revisar sus propias estructuras, no construye derechos, solo explota el dolor ajeno. Es la misma lógica de quienes encadenan frases tipo “soy feminista, pero…” para, acto seguido, justificar todas las inercias del patriarcado.

La izquierda de esto tampoco puede salir indemne: celebrar la caída de una ministra feminista incómoda y sustituirla por perfiles más “gestionables” ha demostrado ser un error político y ético. Cuando se arrincona a quienes tensionan de verdad las estructuras de poder, se abre la puerta a decisiones tibias como las que hoy indignan a muchas militantes socialistas. No se puede abrazar el legado de políticas como la del “solo sí es sí” para atacar al adversario y, al mismo tiempo, desactivar a quienes hicieron posible esos avances.

Las conductas machistas no pueden tener cabida en la sociedad, por eso son necesarias políticas feministas que no dependan del cálculo coyuntural. Eso implica, al menos: protocolos claros y automáticos ante denuncias de acoso; suspensión temporal de responsabilidades mientras se esclarecen los hechos; acompañamiento jurídico, psicológico y político a las víctimas; obligación de posicionamiento público firme por parte de los dirigentes, especialmente los hombres; y una pedagogía constante hacia dentro del propio partido. Sin estas bases, el feminismo institucional corre el riesgo de quedarse en un eslogan para días señalados, mientras la realidad sigue dictándose desde las viejas reglas del patriarcado.

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