Hay momentos en que un partido se juega mucho más que un ciclo electoral: se juega su dignidad moral. El caso de Salazar no va solo de un presunto acosador con poder, va de hasta qué punto una organización que se dice feminista está dispuesta a tolerar, minimizar o diluir las denuncias de mujeres contra uno de los suyos. Y, el PSOE no puede fallar estrepitosamente en el único lugar donde no le está permitido fallar: en ponerse del lado de las víctimas, sin matices ni excusas.
Que un alto cargo de máxima confianza sea señalado por varias trabajadoras por un patrón de lenguaje hipersexualizado, humillante y abusivo en un claro contexto de poder jerárquico no es un incidente menor ni un malentendido laboral; es una forma de violencia estructural amparada por el miedo y el silencio. Cuando ese miedo es tal que las mujeres no solo temen represalias, sino que además ven cómo sus denuncias “se pierden” en el laberinto del protocolo interno, el mensaje es devastador: los importantes se protegen, tú te apañas como puedas.
No valen paños calientes. Lo más grave no es solo lo que presuntamente hizo Salazar, sino lo que no hizo el partido. Un canal interno que tarda meses, denuncias que desaparecen de la plataforma, explicaciones informáticas inverosímiles y una dirección que pide “calma y paciencia” mientras el malestar crece en sus propias áreas de Igualdad, deberían pensarse que eso suena demasiado a encubrimiento. Cuando las responsables de Igualdad tienen que plantarse para exigir que el asunto se remita a la Fiscalía, lo que se ve con claridad es que el feminismo del logo va por un carril y la práctica real de los aparatos de poder por otro.
Estos personajes sobran en la política. No sobran por moralismo, sino porque mientras tipos así han acumulado poder, muchas mujeres han tenido que normalizar comentarios obscenos, invitaciones insistentes y humillaciones disfrazadas de “bromas”, todo ello en despachos donde un “no” podía costar el puesto. Si la respuesta del partido es limitarse a la baja de militancia, y a prometer que “se reforzarán los protocolos”, su mensaje es que lo ven cómo un problema de imagen, no de estructura; de filtraciones, no de impunidad.
Un partido que se proclama feminista y de izquierdas no puede permitirse que a los Salazar de turno se les trate como una molestia interna que gestionar, en vez de como lo que son: presuntos responsables de delitos que deben dar explicaciones ante la Fiscalía y, si procede, ante un tribunal. El lugar de estos personajes no es la asesoría, ni el diseño electoral, ni los pasillos influyentes; su sitio es declarar ante la Justicia, con las víctimas protegidas, acompañadas y respaldadas públicamente por el propio partido.
Todo lo demás es ruido, y una claudicación moral que erosiona la credibilidad no solo del PSOE, sino de toda la política que dice estar del lado de las mujeres. Pero eso no es justificación para lo que hemos oído a Feijóo, que hoy reparte carnés de feminismo y llama “peligroso para las mujeres” al PSOE. Hay que tener mucha desmemoria selectiva para calificar ahora al PSOE de “partido peligroso para las mujeres” mientras se ha convivido sin estridencias con un episodio como el de Aznar y Marta Nebot, que hoy se recuerda precisamente como ejemplo de lo que nunca debió normalizarse. Cuando quien calló ante la grosería de su jefe político se erige hoy en adalid de la pureza feminista, lo que se ve no es valentía, sino cinismo: las mismas conductas que antes se digerían como “gracias” solo se convierten en intolerables cuando llevan carné del partido contrario.
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