Los colegios de médicos se envuelven en la bandera de la “defensa de la sanidad” con un fervor súbito y selectivo, especialmente cuando lo que está en juego es su propia cuota de poder. Convocan huelgas, fletan autobuses y proclaman su compromiso con la causa común… pero esa causa, curiosamente, termina justo donde empiezan los intereses corporativos.
Mientras alzan pancartas frente al Ministerio, guardan un silencio sepulcral ante temas donde de verdad se juega la salud de la gente: los cribados de cáncer, la transparencia de los datos o los derechos de los pacientes. Cuando se trata de los ciudadanos, desaparece la épica. No hay manifiestos ni desplazamientos masivos; solo un prudente mutismo institucional.
Así, su discurso “por la sanidad” revela su núcleo de hipocresía: defienden la sanidad, sí, pero solo la porción que les garantiza despacho, representación y poder. Para el resto, esa sanidad que se sufre y se espera en las consultas y en los hospitales, ya no quedan autobuses, ni siquiera palabras.
¿A qué juegan? ¿Les parece creíble su postura?
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