Dicen por los rincones del poder que hay palabras que no se pronuncian, y barcos que jamás se salvan. El silencio del PP resuena más fuerte que cien cañones, y sus gestos tiemblan ante la alargada sombra de Vox. Nadie condena, nadie grita cuando la amenaza se disfraza de mensaje, cuando hundir es verbo y es programa y humanitarismo es pecado para los que temen perder su sillón.
Al norte y al sur, los menores son piezas en el tablero donde la derecha juega a no mirar de frente. Cataluña, Euskadi, ¿qué importa? Lo esencial nunca fue el niño, sino el número y la excusa, la mercancía política travestida de ley.
Silencio, equidistancia, complicidad que huele a miedo,
agenda marcada por el grito del ultra mientras la justicia espera,
y la humanidad se ahoga en las aguas olvidadas de la vergüenza.
Así gobernarán, a cualquier precio, y el precio es la dignidad de todos. Los comunicados no se escriben, las condenas no se pronuncian, la derecha es espectadora y el muerto en el funeral de la esperanza.
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