miércoles, 22 de octubre de 2025

IR DE FERIA


Tenía poca esperanza en que el PP algún día (aunque solo fuese por estrategia política) se fijara los límites hasta los que se puede llegar para evitar la polarización en España. Ya la he perdido, viendo como sus dirigentes presumen (sin ser cierto) de que Pedro Sánchez no puede salir a la calle sin que le insulten, algo que consideran normal y para nada reprochable. Al PP, no solo al de Madrid, le encanta que le llamen "hijo de puta". Lo han convertido según sus propias palabras en el “hit del verano, y hasta lo alientan.
Han conseguido que muchos, a los que no les debe preocupar si su solitaria neurona se la intoxican para que ellos no tengan que pensar, hayan asumido que la izquierda es culpable de todo lo que no les parezca favorable a sus intereses personales. La falta de entendederas para darse cuenta de que una sociedad son objetivos comunes, y no una suma de individualismos, los lleva a no analizar el origen de sus problemas, porque les resulta más fácil culpar siempre a otro, convencidos de que todos ellos son solo las víctimas, jamás los responsables.
La condena de cualquier tipo de violencia se da por descontada en una democracia. Pero aquí hemos llegado a ese punto en que se niega la legitimidad al rival, da igual que lo haga el gobierno o la oposición. La descalificación cómo parte de la retórica es la forma simple de cuestionar todo. Cuando achacas a alguien ser una amenaza para la democracia de la que eres parte, estás violentando las formas de convivencia, y la amenaza entonces eres tú. Ayer en la plaza de toros de Albacete, para vergüenza de muchos, unos pocos decidieron retratar a toda una ciudad.
La conexión entre la tauromaquia y el insulto “Pedro Sánchez hijo de puta” es un ejemplo perfecto de cómo en España se mezclan debates que poco o nada tienen que ver entre sí, hasta el punto de convertirse en un esperpento nacional. Es asistir a cómo los defensores de que el toreo es un arte, se convierten en personajes ridículos.
Por un lado, la discusión sobre la tauromaquia tiene su propio peso: ¿es tradición cultural o maltrato animal? Pero de repente, en las plazas, fuera de ellas, o en manifestaciones “en defensa de la fiesta”, lo que se acaba escuchando es un insulto dirigido al presidente del Gobierno. Como si la supervivencia de las corridas dependiera, más que de argumentos éticos, históricos o sociales, de la consigna coreada contra un líder político.
Ese salto lógico es casi cómico: se pasa de los toros al antipresidencialismo, como si el toro bravo fuera un militante del PSOE y la muleta, el BOE. En realidad, lo que refleja es una mezcla de frustración, tribalismo político y necesidad de encontrar un “enemigo a batir”. Y así, lo que podría ser un debate cultural se transforma en un aquelarre de insultos, donde lo de menos son los toros y lo demás es gritar contra Sánchez, aunque el tema sea la lidia o el precio de la luz.
Felicidades, señores vociferadores, han elevado ustedes el absurdo a categoría, y han convertido a España en una plaza, donde cada discusión pública acaba toreada por la bronca política.

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