miércoles, 22 de octubre de 2025

Desde que llegué, me han querido jubilar

Desde que llegué, me han querido jubilar tantas veces, que ahora que toca dejar de ser vuestro médico, ya casi ni me lo creo.

Pero es cierto, los años no perdonan, y me ha llegado el día de la despedida. Comparto aquí una carta que os he escrito a todos mis pacientes, y como algunos son mayores y no andan por esto de las redes, quien lo desee dispone de una copia en papel que puede recoger en el consultorio. Tiene fecha de mañana, pero  no es un adiós, es un ¡Hasta siempre! 

Carta a mis pacientes y vecinos

Queridos amigos,  

Han pasado casi cuarenta y seis años desde aquel mediodía de enero de 1980 en que llegué a este pueblo con mi macuto verde a la espalda y cargado de vocación. 

Era joven, con la torpeza de quien quiere demostrarlo todo y la humildad de quien sospechaba que aprendería mucho más de lo que podría enseñar. La mesa de mi primera consulta tenía un cajón que chirriaba, susurros de madera como música de fondo de cada día. Mientras, en la calle notaba vuestras miradas vigilantes, unas por curiosidad y otras con intriga. Llegué cuando ser médico era cuestión de vocación, de un impulso inexplicable que te arrastraba a ponerte al servicio de los demás, y eso podía con todo. 

Desde entonces, mis días se han confundido con los vuestros, y en cada uno de vosotros me encontré a mí mismo, porque un médico sin sus pacientes es como una lampara que no alumbra. La vida me ha ido enseñando casi todos sus rituales en los años que he ejercido entre vosotros. He atendido a vuestros hijos, a sus hijos, y a los hijos de sus hijos, y me sobrecoge pensar que hasta he tenido el privilegio insólito de acompañar a seis generaciones de una misma familia. 

Durante estos años lo mismo he intentado curar catarros que he podido acompañar duelos. He sido pediatra de los pequeños y geriatra de los mayores; internista, psicólogo, psiquiatra, dermatólogo, o improvisado enfermero, según me lo han exigido las circunstancias, porque en la medicina rural el oficio de médico es una suma de todos esos oficios. Y siempre lo hice con la certeza interior de que, en medicina, la prioridad innegociable es solo una: primero es el paciente.  

No me trasladé nunca de esta plaza ni busqué mejores horizontes en la ciudad, porque aquí encontré todo lo que un médico necesita para sentirse médico de familia, la confianza y el cariño de su gente.  De algunos de vuestros mayores aprendí, que a veces un médico cura mejor si primero escucha. Me quedarán en la memoria vuestros obsequios sencillos, huevos frescos, algo de la huerta, o las setas de cardo. Pero, sobre todo, no olvidaré el agradecimiento silencioso de quien sabiendo que a veces no hay cura, sí estaba seguro de que había compañía. 

Os doy las gracias por haberme permitido entrar en vuestras casas y compartir conmigo secretos y miedos. Gracias por confiar en mí incluso conociendo mis limitaciones profesionales, y por haber entendido que la medicina, más que una ciencia exacta, es un arte imperfecto que se basa en la confianza mutua.  

Hoy, sé que la medicina ha cambiado, que las puertas de la facultad dependen más de notas y promedios, y que a veces la vocación queda relegada. Pero también sé que, a pesar de todos los exámenes, los números y las estadísticas, este oficio sigue teniendo su raíz en el cariño, en la escucha, en el gesto sencillo de tocar la frente de un enfermo,  o en poner la mano sobre el hombro de una anciana con la mirada húmeda, porque los resultados de una exploración no son lo buenos que esperaba. Sabes que, en ese instante, le estás prestando un pedazo de esperanza, y sientes que el arte de ser médico aún sigue vivo.

Me marcho con la tranquilidad y la certeza de que he sido más afortunado que muchos, porque he vivido rodeado de vidas de verdad, mejores o menos buenas, pero vidas auténticas. Y si alguna vez, en este camino, no supe estar a la altura de las expectativas de alguno de vosotros, os pido el perdón que nace del afecto que os tengo.  

En unos días me jubilaré, pero no digo adiós. Digo hasta siempre, porque un médico, cuando ha sido de verdad médico, nunca deja del todo a sus pacientes, nunca se separa del todo de quienes confiaron en él. 

No siento que me vaya, porque cuando uno ha compartido tanto, se queda, aunque sea, invisiblemente ligado a la historia de este lugar. Aunque físicamente ya no esté aquí, seguiré  en el eco de los pasillos del consultorio, caminando por cualquier camino del pueblo, y sé que estaré en los recuerdos de quienes fueron niños nerviosos cuando les decía que abriesen la boca para mostrar la garganta, y en los de aquellos ancianos que agradecieron una palabra en los momentos de  fatiga en las horas duras.  

Tenéis todo mi respeto, sabedor de que la medicina y la vida, nunca son un punto final, sino apenas una pausa antes de reencontrarnos en la memoria.

 Me despido de vosotros con gratitud eterna por haber sido vuestro médico.

San Pedro, 30 de septiembre 2025


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