La justicia, esa musa que nunca duerme, ha visto demasiadas veces la escena: el acusador que se cree invisible, el juicio que se viste de vendetta, el silencio que grita cuando la ley ya no sirve de coartada. Palabras que no absuelven ni condenan, pero abrazan la duda que dejan.
Hay jueces que disparan en silencio, pero no con balas, sino con autos. Apunta desde la sombra en un despacho y cuando la verdad les roza, disparan. Hurtado avisa al mundo que su tiro es legal, que su blanco no es delito, que es un hombre: el fiscal general. No es necesario declararlo secreto, aunque el secreto invoca, tampoco es una cuestión de dignidad herida. No hay cables cruzados ni chats traicionados. Hay un solo objetivo cierto: barrer a García Ortiz, como sea.
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