jueves, 21 de agosto de 2025

EL CASO DE JOSÉ MARÍA ÁNGEL

El caso de José María Ángel se produce en un contexto donde somos muchos los que denunciamos la instrumentalización de procedimientos judiciales como arma política. Esto eleva la tensión institucional y retroalimenta la polarización: cada nuevo caso es percibido por una parte de la sociedad como ejemplo de persecución y por otra como justicia ante privilegios. La gravedad del hecho subraya que los responsables públicos, en ambientes de acoso, exposición y ostracismo, pueden sufrir consecuencias psicológicas devastadoras, lo que abre un debate sobre los límites éticos, la violencia verbal y la necesidad de protección institucional y mediática frente a la estigmatización.

En sociedades polarizadas, los casos de supuesta corrupción o irregularidad, especialmente en figuras pública, se magnifican hasta el extremo, de alimentar narrativas de que cualquier miembro del otro bando es un enemigo moral. Esto genera una presión desmedida, mediática y social, sobre los acusados, a menudo (por no decir siempre) antes de que haya resoluciones judiciales firmes. La presión pública y mediática, sumada a la dinámica anti política y la crisis de confianza en las instituciones, tiende a despojar a los investigados de su derecho a la presunción de inocencia. Esto puede llevar a reacciones individuales extremas, especialmente cuando el señalamiento se acompaña de campañas en redes sociales y medios.

Este caso representa una llamada de alerta no solo para el sistema político, sino también para la sociedad y los medios de comunicación sobre los riesgos de la deshumanización y la violencia discursiva en el espacio público.


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