Representan una deuda pendiente de la humanidad con su historia pasada y su futuro. En el Día Internacional de los Pueblos Indígenas, la celebración hay que teñirla de denuncia y urgencia. Lejos de lo que nos dicen en los discursos oficiales y en los gestos simbólicos, la realidad cotidiana de millones de indígenas a nivel mundial es la de una lucha sorda por su supervivencia, su dignidad y sus derechos fundamentales.
A pesar de los pronunciamientos de organismos internacionales y tratados que, sobre el papel, reconocen sus derechos, los pueblos indígenas siguen siendo los guardianes desprotegidos de territorios amenazados. El avance indiscriminado de la minería, la tala ilegal, la agroindustria y los megaproyectos extractivistas arrasa con bosques y ríos ancestrales. Gobiernos y empresas privadas, a menudo en complicidad, dejan a estas comunidades vulnerables ante la destrucción ambiental y el despojo sistemático.
Los pueblos indígenas no solo defienden la naturaleza, sino que al hacerlo están defendiendo su propia existencia. La falta de protección legal y física los expone a amenazas, persecuciones, desplazamientos forzados e incluso asesinatos. Líderes indígenas que alzan la voz por sus tierras y culturas sufren hostigamiento judicial y violencia, mientras las autoridades miran hacia otro lado o, en ocasiones, participan activamente en la represión.
Las promesas de justicia territorial rara vez se acaban concretando en algo positivo. Muchas comunidades se enfrentan enormes trabas burocráticas para obtener títulos de propiedad colectiva o acaban siendo víctimas de fraudes y maniobras legales diseñadas para beneficiar a intereses externos. La justicia, en estos escenarios, se vuelve un lujo inaccesible para ellos, y ello se manifiesta en denuncias sin investigar, crímenes impunes, desalojos sin ningún tipo de indemnización y reincidentes y constantes violaciones a los derechos colectivos.
A esta realidad se suma unas políticas que más que poner en valor sirven para la invisibilización de sus culturas, lenguas y cosmovisiones. La discriminación y el racismo persistentes dificultan el acceso a servicios básicos, a la educación intercultural y a sistemas de salud que respeten sus conocimientos y tradiciones. La supervivencia no es solo física, es también cultural, espiritual y lingüística.
Frente a este panorama, la comunidad internacional, los gobiernos nacionales y la sociedad tienen una deuda urgente y profunda que consiste en garantizar protección efectiva, reconocimiento territorial y justicia real para los pueblos indígenas. No se trata de practicar la caridad, sino de hacer justicia y respetar su derecho a existir, decidir y prosperar según sus propios términos y cultura.
Hoy, 9 de agosto, debe ser más que una conmemoración un grito global para poner fin a la impunidad y al olvido. No ayudan a que divisemos un horizonte optimista ni las políticas de EEUU erigiéndose en policía del mundo, ni el ascenso de la ultraderecha y los ultranacionalismos. Mucho más nos valdría al primer mundo defender que sean respetados, porque aunque parece que unos no quieren y otros no pueden darse cuenta, el futuro de los pueblos indígenas es también el futuro común de la humanidad.
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