España arde, pero no por casualidad. El combate contra el fuego empieza mucho antes de que brote la primera llama, y necesita, junto a políticas de gestión y recursos públicos, de una ciudadanía responsable, crítica y activa. Porque defender nuestros montes es defender la vida y el futuro colectivo, porque donde hay igualdad y solidaridad, el fuego no avanza solo. La dramática oleada de incendios de este verano en nuestro país con hectáreas arrasadas, miles de personas evacuadas y varias víctimas mortales, pone de manifiesto la urgencia de analizar sus principales causas y plantear medidas de prevención eficaces, enmarcando el problema en un contexto marcado por el cambio climático, la despoblación rural y la gestión del territorio.
El presupuesto anual en España para incendios forestales ronda los 1.100 millones de euros, pero aproximadamente el 60%-70% se dedica fundamentalmente a la extinción, no a la prevención. Existe falta de transparencia y diferencias de criterios autonómicos que dificultan un análisis detallado sobre el gasto preventivo, y muchas acciones catalogadas como "prevención" en realidad son de apoyo logístico a la extinción más que preventivas a escala territorial.
Organizaciones ecologistas como Greenpeace advierten de que con una inversión real de 1.000 millones anuales en auténtica prevención podrían ahorrarse hasta 99.000 millones en extinción, citando que cada euro en prevención reduce en 100 euros el gasto en extinción. Sin embargo, tanto el Tribunal de Cuentas de la UE como otros expertos señalan la ausencia de evidencia sobre la sostenibilidad y el impacto de estas inversiones, ya que suelen centrarse en actuaciones a corto plazo, sin continuidad cuando termina la financiación europea.
Además, se cuestiona el escaso gasto en investigar las causas de los incendios, el control social sobre actividades de riesgo y la falta de trabajo preventivo ante incendios originados en su mayoría por acción humana. Se insiste en la necesidad de cambiar el enfoque: potenciar la gestión sostenible del territorio, reorientar el sector primario y fomentar paisajes en mosaico más resilientes, más allá de aumentar solo los recursos para apagar fuegos.
Cómo principales causas de estos incendios, empezaremos por el factor humano (95% de los casos). La mayoría de los incendios no son fruto de la fatalidad, sino de la acción y omisión humanas. Se distinguen varias categorías fundamentales:
Los intencionados, motivados por vandalismo, represalias, especulación urbanística o prácticas como la regeneración ilegal de pastos. Representan cerca del 54% de los casos en España; las negligencias y descuidos en las actividades cotidianas que se tornan fatales, cómo las quemas agrícolas fuera de control, barbacoas mal extinguidas, uso indebido de maquinaria, lanzamiento de colillas o basura, especialmente en épocas de alto riesgo. Pero un peso específico de esta problemática es el abandono rural y falta de gestión forestal, porque el abandono del campo, la ausencia de pastoreo y agricultura tradicional dejan áreas llenas de material seco e inflamable, agravando la propagación del fuego; y tampoco otras causas humanas, cómo el trazado de líneas eléctricas, trabajos forestales, tráfico rodado por el monte, entre otros.
Los de origen en causas por naturales (4-5%), aunque los rayos y, en casos muy excepcionales, la actividad volcánica puede causar incendios, su peso es marginal frente al causado por actividades humanas. Sin embargo, el cambio climático actúa como multiplicador, favoreciendo sequías prolongadas, olas de calor e incremento de temperaturas que convierten el monte en un polvorín.
Pero más importancia aún tienen las medidas de prevención imprescindibles. Porque combatir el fuego exige no solo intervención, sino sobre todo prevención y una ciudadanía implicada:
Empezando por la educación, vigilancia y responsabilidad social: No hacer fuego ni barbacoas fuera de áreas habilitadas, ni en época de alto riesgo; No arrojar colillas, cerillas, botellas ni basura al monte; Denunciar conductas sospechosas y avisar a emergencias (112) ante el menor indicio de humo o fuego; Evitar el uso de maquinaria que produzca chispas en días de riesgo extremo.
Muy importante es una gestión forestal sostenible, y esto pasa por la limpieza y mantenimiento de bosques, creando cortafuegos y zonas de discontinuidad para impedir la propagación; también por una planificación del uso del monte y recuperación de actividades tradicionales de pastoreo, agricultura y silvicultura para evitar la acumulación de biomasa seca. Y por impulsar la repoblación rural y la gestión activa del territorio para reducir el abandono.
La infraestructura y planificación comunitaria, que permite mantener accesos y caminos despejados para los servicios de emergencia. Se deben garantizar depósitos de agua y puntos de abastecimiento cercanos a las zonas rurales y viviendas dispersas. Y todas las poblaciones rurales deben disponer de planes de evacuación y autoprotección para habitantes en zonas de riesgo.
Es imprescindible aplicar estrictamente la normativa para lo que se deben aumentar los controles y sanciones para quienes incumplen la ley así cómo perseguir y condenar la intencionalidad y la negligencia de forma ejemplar. Promover campañas de sensibilización en colegios, medios de comunicación y zonas rurales. Fomentar la participación activa de la ciudadanía en la vigilancia y mantenimiento del entorno natural.
No hay comentarios:
Publicar un comentario