domingo, 3 de agosto de 2025

España ante un espejo roto, entre la rabia y la esperanza.

España ante un espejo roto, entre la rabia y la esperanza.

España despierta cada mañana bajo el peso de una crispación que no cesa, como si la herida de sus disputas internas nunca terminara de cicatrizar. Vivimos un tiempo de rabia, de malos sueños que vemos proyectados sobre las pantallas de nuestros móviles y televisores. Nuestra sociedad se ha convertido en una escena tensa donde el enemigo*ya no es un adversario ideológico, sino la encarnación del mal mismo.

Cada día, desde los micrófonos encendidos de los platós hasta los tuits bien calibrados por gabinetes de estrategia política, asistimos a una guerra por el relato. Un relato que ya no busca entendimiento, sino victoria. Es el reinado de la difamación, donde la verdad es secundaria frente al impacto comunicativo. En este circo de sombras, la judicialización de la política se ha convertido en herramienta de desgaste más que en instrumento de justicia, con un uso selectivo que apunta casi siempre en la misma dirección. Hay incluso una connivencia implícita entre ciertos sectores judiciales y poderes invisibles, donde los banquillos se convierten en platós y las imputaciones, en arma política.

Los partidos, atrapados en una espiral creciente de lo que es la antipolítica, han abandonado el diálogo. Su estrategia se reduce a la polarización y la judicialización, aunque muchas veces sin base penal sólida. No se trata ya de gobernar juntos o incluso de competir limpiamente. Se trata de destruir al otro. Convirtieron al adversario en amenaza, en una amenaza sin matices. 

En esta España de hoy, se falsifica la política mientras se multiplica su espectáculo. Las palabras "libertad" e "igualdad" son lanzadas al aire por unos y otros, usadas como proyectiles. Pero ¿en manos de quién están cayendo estos conceptos?, ¿cómo pueden utilizarse para hacer justo lo contrario de lo que representan? ¿Cómo es posible que en nombre de la igualdad se niegue la pluralidad, y en nombre de la libertad se desmonte lo público? La educación parece el único antídoto, y sin embargo es lo primero que se degrada.

Bajo la superficie, en esta dictadura de los ricos disfrazada de democracia representativa, el mercado avanza allí donde el Estado se retira. Vivimos en un proyecto de desmantelamiento sistemático de lo público. Es la lenta liquidación del Estados, sustituido por una pieza más de un puzle que llamamos mundo globalizado, que tristemente está regido por intereses que no votamos y que no rinden cuentas a nadie. Nuestros barrios ven cómo los servicios se evaporan y cómo se vende por unas monedas el despojo de lo que ya está muerto. Como en una escena de película, estamos asistiendo al amanecer de los muertos vivientes, de una política que camina sin alma entre nosotros, solo para aparentar que todo sigue igual mientras nada permanece.

El racismo vuelve a mostrarse sin pudor, sin vergüenza, sin cortinas. La migración africana, uno de los grandes retos del siglo XXI, no se aborda desde la humanidad ni el derecho, sino desde la criminalización y el miedo. No se explican las causas, no se promueve la integración: se agitan los datos, se encienden las cámaras ante la llegada de pateras, se señalan sus rostros, se generaliza la sospecha.

Mientras tanto en paralelo, el feminismo, una lucha histórica por dignidad y reconocimiento, es manipulado y distorsionado. Hay quienes lo utilizan como coartada para políticas excluyentes, y quienes lo desacreditan como si fuera un lastre social. En los extremos, se quiere desgastar una causa colectiva que debería ser patrimonio de todos.

La corrupción política nunca se ha ido del todo, era mayor en el franquismo paro la tan halagada transición no la borró de nuestro día a día; hoy la corrupción ha aprendido a ir más rápido que los titulares. Se camufla entre fundaciones, contratos opacos y discursos incendiarios. Y, como si no fuese suficiente, los discursos de odio crecen al abrigo de una comunicación digital que ha roto cualquier filtro que signifique responsabilidad.

En este contexto de país, la comunicación humana ya es inseparable de sus vinculaciones con las informaciones tecnológicas. Vivimos dentro de algoritmos ajenos que nos dicen lo que debemos pensar y nos aproximan solo a quienes opinan como nosotros. La conversación y mucho más el debate se han agotado. No hay matices, no hay escucha, solo bloques que se repelen entre ellos, y lo que es peor aún, del eco de sus propias certezas.

Y, sin embargo, muy a su pesar de ese pensamiento ultraliberal, hay algo que no se ha perdido del todo cómo es la capacidad de emocionarse. Porque todavía duele ver a alguien injustamente en un banquillo, todavía estremece la imagen de un niño tiritando al alcanzar una orilla, todavía conmueve un cuerpo demacrado por la hambruna, y genera en muchos de nosotros una protesta sincera. Quizás ahí siga latiendo la única semilla que garantice un mañana: la fraternidad. 

Tal vez, precisamente por eso, quienes todavía creemos en el diálogo, en lo común, en la posibilidad de entender al otro, debemos ser más conscientes. La educación crítica, la cultura libre, el pensamiento autónomo son trincheras cívicas que deben resistir esta avalancha de ruido. Porque si ya a duras penas hasta los muertos hablan, al menos que su voz nos recuerde que en algún momento en este país supimos construir algo juntos.

Hoy, España está frente a un espejo roto, uno que refleja fragmentos de verdad distorsionada. Habrá que recomponerlo pieza a pieza, sin negar el d

Radiografía de la desigualdad ante la justicia en España


En España, la percepción de que el sistema judicial y las fuerzas de seguridad no actúan del mismo modo con todos los ciudadanos ha alcanzado una nueva dimensión con la reciente evolución del caso Montoro. La investigación, que lleva más de siete años activa, pone en evidencia obstáculos estructurales y resistencias internas que han impedido esclarecer completamente las acusaciones contra el que fuera todopoderoso ministro de Hacienda durante el gobierno del PP. Existen unos datos extraídos del sumario que nos hacen  concluir que la igualdad ante la ley se convierte en un espejismo cuando se trata de los poderosos.

El sumario judicial contra Equipo Económico, la consultora fundada por Montoro y uno de sus principales vínculos con el poder político y empresarial, se ha visto obstaculizado por múltiples factores: enfrentamientos en la Fiscalía Anticorrupción, pasividad de la UCO y decisiones judiciales que han frenado las pesquisas más comprometedoras. La fiscal responsable del caso denunció la falta de colaboración de la Guardia Civil y la oposición abierta de sus superiores para profundizar en el uso de información confidencial, señalando posibles delitos de revelación de secretos y obstrucción a la justicia.

Los correos electrónicos incautados por los Mossos d’Esquadra revelaron no solo acciones a favor de empresas gasísticas, sino también un flujo privilegiado de datos reservados hacia Montoro sobre adversarios políticos y periodistas críticos. Sin embargo, la investigación sobre el uso de esa información en beneficio propio fue abortada por una decisión colegiada de fiscales, cerrando la puerta a posibles responsabilidades penales. El propio sumario recoge cómo la fiscal fue sancionada por intentar impulsar la causa más allá de lo autorizado.

Se consolida una narrativa de desconfianza profunda hacia las instituciones. Es difícil no tener la percepción de que existe una corrupción estructural y extendida en las altas esferas políticas y administrativas. Es bastante grave la desconfianza hacia la actuación de la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil, acusada de inacción selectiva y encubrimiento, lo que hace prevalecer el convencimiento de que los altos cargos reciben un trato privilegiado frente a la ley. El rechazo de pruebas clave por defectos formales es una puerta abierta a la impunidad. El asunto obliga a creer en la existencia de redes ocultas que manipulan expedientes e investigaciones dentro de la Administración.

Y luego hay otros aspectos que no resultan menores cómo  la sensación de que existe una protección interna entre fiscales, jueces y agentes. Esto invita a sospechar en la persistencia de un sistema que sigue arrastrando vicios e ideologías autoritarias, lo que conlleva a un sentimiento de impotencia ante la dificultad de regenerar el sistema desde la base, y a asumir que los grandes intereses económicos están alineados para protegerse mutuamente.

Necesitamos un verdadero cambio que garantice igualdad, control democrático y saneamiento institucional. Porque en este contexto, el caso Montoro se convierte en un emblema más de la desigualdad, y nos recuerda que la regeneración democrática y la limpieza institucional siguen siendo tareas pendientes que requieren algo más que simples declaraciones de intención. Que el PP utilice el informe GRECO para pedir la dimisión del presidente, es para recordarles que la decencia bien entendida empieza siempre por uno mismo, y que su gestión al frente de diferentes gobiernos de nuestro país también está siendo valorada en ese informe.



sábado, 2 de agosto de 2025

La memoria puede molestar, pero la verdad no tiene remedio

Hoy he estado escuchando en las redes a gente joven que niega que el franquismo llegó por un golpe de estado, que no fue una dictadura y que no mataron a muchos inocentes. Me ha molestado escucharles, pero no pueden reescribir la historia por mucho que repitan  lo que no es verdad. La ley de memoria histórica, algo que cren innecesario, nos recuerda como la represión con unos, era su manera de imponerse a través del miedo en los demás. A todos esos negacionistas les dedico este relato que tuvo unos protagonistas y un lugar que no nombro para no herir a nadie.

La memoria puede molestar, pero la verdad no tiene remedio

Corría julio de 1936. El aire de aquella mañana ya no era aire: era presentimiento. Todo olía a pólvora, a rabia cocinada a fuego lento, a hueso quebrado antes de oír el disparo, pero nadie huía. Porque hay momentos en que el miedo no empuja a correr, sino que paraliza. Como la mirada del condenado, como la calma enferma de una ciudad que intuye su final y se deja caer.

El comandante entró como entran en un templo sus profanadores. Con la arrogancia blindada de quien ya ha desollado pueblos antes y sale ileso del horror. No hablaba, dictaba. No caminaba, ocupaba el espacio. No llegaba, aplastaba. Era el amo de la muerte, a él nunca le temblaba la mano. La ciudad se rindió antes de resistirse a nada. Ninguna barricada que asaltar. Ninguna bandera alzada que quemar. Solo una llamarada negra al sur, una mordida de humo donde solía haber casas, risas, ventanas. 

Uno a uno, los pueblos caían como fichas cansadas de un domino macabro. Uno de ellos, apenas un punto en el mapa sirvió cómo ensayo de la siguiente  matanza. Una demografía que quedó reducida a un listado de cadáveres con nombre, y de ataúdes sin dueño. Allí quedaron los cuerpos, tendidos como animales, secándose sobre las piedras calientes, mientras el sol los despedía sin que pudieran despedirse.

Pero el verdadero destino del viaje no era ese. El verdadero objetivo era servir para dar ejemplo. Gritar bien alto para hacerse escuchar en el idioma universal del miedo. La caída tenía que retumbar, ser una advertencia de que aquí también puede ocurrir. La tarde del 26 de julio, la plaza ya no era plaza. La habían convertido en una caja de ecos y humo, en un horno de gritos. Juan, el guardia de asalto, cruzaba el empedrado con los pasos de un náufrago, entre dos hileras de cuerpos a las puertas de dejar de ser nombres. Un teniente con la muerte en forma de voz leía en voz alta su inventario trágico: “Éste sí. Aquél también. Ése no verá amanecer”. Todo el calor se reunía en los cañones de los fusiles. Cada balazo era el punto final un escrito hecho sobre carne viva.

Juan no era un héroe, sólo un hombre, lo que, en esos días, ya era casi un milagro. Escondido bajo su uniforme y helado por su miedo, todavía era capaz de reconocer el temblor que causa una mínima esperanza en los ojos de un prisionero. Se acercó con furtiva ternura, la ternura convertida en un acto de resistencia, le lanzó un pañuelo blanco, único pasaporte hacia la vida. “Átalo al brazo izquierdo y sígueme. No corras ni mires atrás.” Salvar a uno, aunque sea apenas uno, contra el río de sangre de la plaza. Contra el estruendo de los brindis en el bar vecino, entre soldados borrachos de victoria, de vino barato y de su impunidad recién estrenada. 

El agua de los lavaderos de la plaza bajaba roja, arrastrando fragmentos de humanidad que ya nadie se atrevería a reclamar. El comandante, ajeno a la contradicción vivida por Juan, se acariciaba la hombrera pulida de su uniforme. No le brillaban los ojos, solo le brillaban las medallas. No era un guerrero, era un contador de cuerpos, un contador de muertes, un clasificador de víctimas. A su alrededor, legionarios y mercenarios curtidos en otras matanzas, muchos de ellos con rostros sin alma, llegados desde otro lugar para enseñar cómo se mata de forma metódica. Ni los falangistas locales podían seguir su compás de crueldad.

La mañana siguiente trajo más de lo mismo. El infierno había decidido quedarse en la plaza del pueblo. Los nuevos detenidos llegaban, aún aturdidos, preguntándose si era cierto lo que sus ojos veían. Los tendían boca abajo, sobre charcos de sangre aún tibios, y los alineaban como se alinea a animales o ganado para sacrificar. Veinte centímetros entre cuerpo y cuerpo, medidos por la regla de la muerte. Y disparaban a uno tras otro, no por odio, no por rabia. Por obediencia, por orden, por rutina. Los cuerpos ya no eran cuerpos sino montones. Apilados como sacos, como las cifras gruesas de un parte de guerra.

Juan volvía a caminar entre ellos, y aún no lloraba, aún no hablaba. Se preguntaba si se puede vivir después de eso, si su vida puede tener un después. Mientras en el bar, sus compañeros reían, él dejaba intacto el vaso de vino. No quería brindis, ni  quería olvido. Al salir, la sangre se mezclaba con el polvo dorado de la tarde. Una despedida sin palabras. No era una pesadilla, era la historia, y apenas acababa de  comenzar.

Los cronistas lo contaron después, pero a medias, con letra temblorosa, como quien escribe y borra a la vez. A la ciudad la quisieron silenciar, pintarla de olvido y limpiar con homenajes el uniforme del asesino. Le dieron calles, escudos, medallas, aplausos y ascensos. Pero el olvido no llega porque la memoria no se rinde tan fácil. Los que vieron, los que vivieron, los que enterraron a sus hermanos y no murieron en el intento, guardaron el fuego bajo la piel. Un fuego lento, que no hace ruido, pero nunca se apaga.

Tuvieron que transcurrir décadas, para que después, en aulas universitarias, en reuniones distraídas, en asambleas medio marchitas, alguien nos decía, en voz baja: “Eso fue lo que pasó en un pueblo, no muy lejos, un 26 de julio, en una plaza.” Y todos se callaban, no por desconocimiento, sino por respeto. Porque nadie recuerda una canción para ese recuerdo. Nadie hizo una marcha solemne ni levantó una bandera. Sólo quieren que quede un silencio. Pero un viento frío recorrió los pasillos de muchas facultades, pero muchos, muchos años después de que callaran los cañones.

Porque la historia de verdad no la escriben los vencedores. La graban los sobrevivientes con la tinta negra del horror, en el corazón abierto de los que aún miran atrás en la historia. Porque no era una pesadilla, era la historia. Aunque pretenden que pienses que nunca ocurrió


¡Qué dimita Sánchez! Es que son tan originales…


Da igual que se trate de una operación a corazón abierto, un incendio, un volcán, una pandemia, todo se soluciona “artomáticamente” para el PP si dimite Sánchez. Hoy ya hasta The Economist, que pone por los cielos la evolución de nuestra economía respecto al resto de las europeas y mundiales, también entra en política (siempre habló de economía) cree que Sánchez debe dimitir. Estoy por pedirlo yo también si mis hijos encuentran casa a precio asequible, ya sea alquiler o compra, pero me huele que no van a regalar las casas cómo parece que ocurrirá si nos ponen otro gallego de presidente, aunque su paisano predecesor no nos trajo casa sino chorizos.

Antes de ayer les tocaba pedirlo por el procesamiento del fiscal general, ayer por el curriculum del delegado para la Dana, y hoy les toca pedir que dimita Sánchez por el informe GRECO. Les da igual el motivo. ¡Cansinos, que sois muuuu cansinos!

El informe GRECO 2025 reitera críticas ya conocidas: España sigue sin aplicar plenamente ninguna de las 19 recomendaciones de la 5ª ronda referentes a la prevención de la corrupción en las altas funciones ejecutivas y las fuerzas de seguridad, aunque sí constata aplicación parcial en la mayoría de ellas y reconoce ciertos avances, como iniciativas de integridad y ética pública o la creación de nuevos órganos y normas orientados a reforzar el control y la transparencia. Sin embargo, persisten déficits notables: falta una regulación efectiva de lobbies, hay carencias en la transparencia de agendas, la figura del aforamiento político no se ha reformado, y la independencia de órganos clave todavía no está asegurada.

Respecto a la reclamación del PP (dimisión del presidente y convocatoria de elecciones por una supuesta “corrupción estructural”), deberíamos poner las cosas en su sitio y los puntos sobre las ies.

Por si Alberto y sus chicos quieren meter el gol por la escuadra sin siquiera chutar el balón, hay que saber que es el informe GRECO.  Es un instrumento de presión y orientación internacional, no coactivo, que sus recomendaciones son valiosas para mejorar la calidad institucional, pero no vinculantes jurídicamente, y que no cumplirlas puede tener efectos en la calidad democrática, pero las consecuencias jurídicas directas son inexistentes salvo que se deriven de la legislación nacional o europea. Esos déficits no suponen, por sí mismos, corrupción penalmente relevante a menos que se materialicen en conductas concretas.

Y algo que el PP parece olvidar, que es imprescindible que todas las formaciones políticas contribuyan a pactos amplios para cumplir las recomendaciones GRECO y garantizar así integridad, transparencia y confianza ciudadana en las instituciones. El debate debe situarse en términos de regeneración institucional, transparencia y mejora de controles internos, alejando la instrumentalización partidista y favoreciendo la asunción colectiva de reformas imprescindibles. Pero ya se sabe que esto con los de Feijoo volcados en una cacería sin cuartel, es algo ya no imposible, sino impensable.

Lawfare: cuando el castigo son el tiempo y la pena del telediario


En los últimos años, el término Lawfare se ha consolidado como un concepto candente en la pugna política y judicial. Convencionalmente se le define como el uso ilegítimo o estratégico de los procesos legales con fines de debilitar, inhabilitar o desacreditar a adversarios políticos o figuras públicas. Sin embargo, en estos tiempos de sobre y desinformación, y de hacer virales en las redes las cosas, urge reformular este fenómeno bajo una nueva óptica: em la Lawfare lo que realmente importa, y constituye el arma de destrucción reputacional, no es tanto la sentencia final, sino el tiempo que transcurre desde la denuncia y su difusión mediática hasta que se produce un fallo definitivo.
En el sistema judicial español, la tramitación de una causa penal puede alargarse meses o años, entre la fase de instrucción (12 a 18 meses o más en casos complejos), las vistas, recursos y, en última instancia, la ejecución de la sentencia. Pero para el denunciado, en lo que a su imagen pública y vida privada se refiere, la condena empieza en el momento en que su nombre aparece en una denuncia, aceptada a trámite por un juez y recogida en titulares de los informativos.
Este lapso, que puede abarcar años de apariciones periódicas en informativos, tertulias y redes sociales, genera lo que se denomina pena de telediario, o dicho de otro modo, un juicio paralelo masivo que somete al acusado a la sospecha social, la cancelación profesional y el desgaste personal, aunque posteriormente resulte absuelto o archivada la causa. La naturaleza prolongada del proceso judicial multiplica los impactos públicos y privados de esta pena mediática.
La pena de telediario es realmente un castigo preventivo con independencia de la culpabilidad o inocencia legal. Los medios, guiados por la inmediatez, por convertir todo en espectáculo, y por la competencia informativa entre ellos, amplifican las acusaciones que todavía no han sido judicialmente probadas, facilitando así que se produzca una condena social anticipada que resulta difícil revertir, incluso en caso de absolución definitiva.
Esta dinámica generada por la presión pública y la agenda mediática trasciende la acción institucional del poder judicial, porque la sentencia absolutoria nunca repara el daño reputacional ya causad. El impacto incluye, en muchos casos, el aislamiento profesional, la destrucción de relaciones personales y la pérdida de confianza social, quedando el acusado marcado en la memoria colectiva más allá del resultado procesal.
Desde esta perspectiva, el Lawfare moderno debería definirse no sólo como el uso político del derecho para neutralizar a adversarios, sino como una estrategia donde el auténtico castigo reside en el periodo de exposición mediática y social al que se ve sometido el denunciado. El proceso judicial deja de ser un camino hacia la verdad y la justicia, para convertirse en un instrumento de desgaste por la vía del linchamiento social sostenido por el tiempo. El verdadero poder de la acusación reside en la penalización previa que recae sobre el acusado durante todo el proceso.
Da igual culpable o inocente, el tiempo de exposición es ya, en sí mismo, la peor condena y en muchos casos la más temida.

El juez y el fiscal


La justicia, esa musa que nunca duerme, ha visto demasiadas veces la escena: el acusador que se cree invisible, el juicio que se viste de vendetta, el silencio que grita cuando la ley ya no sirve de coartada. Palabras que no absuelven ni condenan, pero abrazan la duda que dejan.
Pero el derecho no tiende emboscadas y un reglamento no se retuerce solo con el deseo de un juez, ni el artículo muerde, ni el Estatuto se arrodilla. Aunque se intente traducir la norma al idioma de la revancha, el papel no traiciona su neutralidad.
Hay jueces que disparan en silencio, pero no con balas, sino con autos. Apunta desde la sombra en un despacho y cuando la verdad les roza, disparan. Hurtado avisa al mundo que su tiro es legal, que su blanco no es delito, que es un hombre: el fiscal general. No es necesario declararlo secreto, aunque el secreto invoca, tampoco es una cuestión de dignidad herida. No hay cables cruzados ni chats traicionados. Hay un solo objetivo cierto: barrer a García Ortiz, como sea.

España ante un espejo roto, entre la rabia y la esperanza.

España ante un espejo roto, entre la rabia y la esperanza. España despierta cada mañana bajo el peso de una crispación que no cesa, como si ...