martes, 17 de junio de 2025

La clave

Para diseñar una estrategia efectiva contra esa combinación multifactorial de la que se nutren derecha y ultraderecha, desde los progresistas es necesario también combinar políticas transformadoras con una narrativa que contrarreste ese discurso excluyente. 


Los partidos progresistas deben abordar las causas estructurales del malestar social y ofrecer alternativas concretas, y así lo demuestran y evidencian algunas experiencias recientes en Europa y algunos análisis académicos de ese fenómeno.
Esa estrategia para contrarrestar debería tener cómo bases una serie de cuestiones que solo reseño sin profundizar. 

Unas políticas económicas redistributivas y de justicia social, que solo son posibles si se plantean reformas fiscales progresivas que graven a las grandes fortunas y persigan la evasión fiscal, pero destinando todos esos recursos a servicios públicos universales (sanidad, educación, vivienda). Tampoco es posible sin que se promuevan empleos dignos con salarios acordes al costo de vida, combatiendo la precariedad laboral que alimenta el descontento. Y por último desarrollando programas de transición ecológica justa que vinculen sostenibilidad ambiental con creación de empleo industrial y rural.

Un segundo pilar debe ser la reconstrucción de un tejido social y comunitario que hoy se ha quedado en el olvido. Para ello se deben fortalecer redes de economía social (cooperativas, bancos de tiempo) cómo elementos de fomento de la solidaridad frente al individualismo actual. La crear centros y puesta en marcha de actividades culturales comunitarias que promuevan la diversidad como valor, para contrarrestar las narrativas excluyentes de ese discurso de la derecha, acompañarlas del impulso a programas de educación crítica. Si la desinformación y la polarización de la sociedad se nutre de los medios digitales, se deben utilizar esos mismos medios para combatirla  desinformación y los algoritmos polarizadores.

La democracia por encima de las ideologías. Para ello no se pueden hacer concesiones ideológicas, sino establecer pactos antifascistas con fuerzas democráticas de centro y derecha moderada, manteniendo absoluta firmeza en los principios éticos: rechazar cualquier normalización de discursos xenófobos o negacionistas, incluso en negociaciones parlamentarias, y denunciando  sistemáticamente los vínculos de la ultraderecha con grupos violentos y financiamientos opacos.

Necesitamos una narrativa emocional, pero con bases materiales, que permita combinar la defensa de derechos sociales (sanidad pública, pensiones) con una retórica que apele a la dignidad colectiva, no solo a los datos económicos. Debemos recuperar símbolos patrios desde una perspectiva inclusiva, destacando contribuciones migrantes a la construcción nacional, y haciendo visibles historias de cooperación interclasista e intercultural en barrios y centros de trabajo.

Y las instituciones deben también ser protagonistas de una estrategia institucional preventiva, que puede ir desde la creación de observatorios independientes que monitoricen discursos de odio y propongan medidas legales contra su normalización, pasando por reformar leyes electorales para limitar la financiación de los de partidos con vínculos antidemocráticos, y terminando por fortalecer los sistemas de protección a víctimas de todo tipo de violencia, pero también de la ultraderechista, sufrida especialmente en los colectivos más vulnerables.

Para que esta estrategia sea posible se requiere superar contradicciones históricas de la izquierda: combinar radicalidad programática con pragmatismo táctico, unir luchas identitarias con reivindicaciones de clase, y construir mayorías sociales sin diluir principios. Hace poco leía sobre el caso de Finlandia que nos muestra que es posible ganar terreno a la ultraderecha mediante políticas verdes redistributivas y una defensa intransigente de derechos humanos.

La clave es demostrar que la justicia social y la diversidad no son excluyentes, sino pilares de una verdadera democracia.

Me preocupa

Me preocupa la cuestión de “El apoyo popular a partidos de derecha y ultraderecha” que estamos observando en las encuestas, y especialmente en la gente joven. Algo se debe estar haciendo mal desde la izquierda, para que personas cuyo perfil profesional y social están muy distantes de los objetivos políticos de esas formaciones, acaben inclinándose y dando su voto a quienes posiblemente defiendan objetivos y se rijan por principios absolutamente antagónicos a su realidad económica, social y ambiental. Este es un fenómeno complejo que responde a múltiples factores sociales, económicos, culturales y políticos. 


Este post es un intento por explicar las que considero razones más relevantes para ese apoyo, basadas en la lectura de algún documento académico, en el análisis de la situación política reciente, y algo también en mi experiencia personal en cargos públicos de responsabilidad.

La inseguridad económica y miedo al cambio. Son muchas las personas que sienten que sus condiciones de vida están amenazadas por la globalización, la automatización o las crisis económicas. Los partidos de derecha y ultraderecha utilizan lo que conocemos cómo “populismo” y suelen ofrecer respuestas simples y soluciones contundentes ante la incertidumbre, prometiendo protección del empleo nacional, control migratorio y políticas económicas tradicionales.

Una reacción ante cambios culturales. El avance de valores progresistas en temas como género, diversidad sexual o multiculturalismo genera rechazo en sectores que perciben estos cambios como una amenaza a su identidad o tradiciones. Los partidos de derecha y ultraderecha capitalizan ese malestar defendiendo valores conservadores y apelando a la nostalgia por un pasado idealizado de manera falsa tratando de cambiar el relato real de la historia.

La existencia de una desconfianza progresiva hacia las élites y el sistema político.  El descrédito de las instituciones, los escándalos de corrupción y la percepción de que los partidos tradicionales no representan a la ciudadanía alimentan el voto de protesta. Las formaciones de derecha y más aún de derecha radical, se presentan como alternativas “anti” ese sistema establecido y cómo defensoras del “pueblo común”. Recordemos el “solo el pueblo salva al pueblo” utilizado en la DANA.

El fenómeno de la inmigración y sentimiento de competencia. En un contexto de aumento de la inmigración, parte de la población percibe que los recursos públicos, el empleo o los servicios sociales están en competencia con la población migrante. Los discursos de derecha y ultraderecha suelen explotar estos temores con mensajes de cierre de fronteras y prioridad nacional que, siendo falsas las premisas iniciales, si son eficaces a sus fines. Sin embargo, esas mismas personas que rechazan y dibujan al inmigrante cómo un problema, son las primeras que se sirven de la inmigración para enriquecerse, y en muchos casos, de manera ilegal y hasta rayando la explotación.

Los medios de comunicación y las redes sociales. La difusión de mensajes simplificados, noticias falsas o discursos polarizadores en redes sociales y ciertos medios contribuye a la consolidación de narrativas que favorecen a estos partidos, generando burbujas de opinión y reforzando prejuicios existentes. Esta manipulación de la información se realiza no solo por la extrema sino también por la derecha digamos centrista, intentando que no se le vaya un voto que tiene, sin ser consciente de que ese discurso acaba acercando al votante al original y alejándolo del sucedáneo moderado.

El aprovechamiento del sentimiento de pertenencia y movilización emocional. - Los partidos de derecha y ultraderecha apelan a emociones fuertes como el miedo, la ira o el orgullo nacional, y ofrecen una identidad colectiva clara y excluyente, lo que resulta atractivo para quienes buscan pertenencia y certidumbre. La bandera es un símbolo utilizado, extendiendo su uso a fines absurdos (collar del perro, prendas de vestir, abalorios, etc.)

En un análisis politológico reciente he leído que “La gente común y corriente no necesariamente vota por razones racionales o por interés económico directo, sino movida por emociones, percepciones de amenaza y la búsqueda de seguridad o identidad”. Pero en síntesis podríamos afirmar, que el apoyo popular a la derecha y ultraderecha no se debe a un solo motivo, sino a la combinación de factores económicos, culturales, identitarios y comunicativos. Debemos admitir que estos partidos logran conectar con preocupaciones reales o percibidas de amplios sectores sociales, apelando a emociones y valores tradicionales.

Las dos grandes contradicciones del PP

Que el PSOE está en un lío con lo acontecido esta semana no es discutible. Pero que  el Partido Popular se enfrenta a dos grandes contradicciones tampoco. 

La primera, que Feijoo se empeña en decir que su partido es de centro, mientras que en las CCAA donde gobiernan gracias a Vox, se pasan la vida haciéndole concesiones ideológicas a los representantes del “esforzado trabajador” para que estos les apoyen en aquellas cuestiones en las que para salir adelante precisan de pactos políticos con los abascalinos.

La segunda es la de la amante de la fruta, que día sí y el otro también, nos aclara que ella va por libre, y que la región que gobierna es el patio de su casa, que es particular. Su Madrid es de otra España, y eso a quien le viene bien es al gallego, pero no al PP ni a él para ser presidente, porque sabe que está obligado a pactar con las derechas nacionalistas vascas y catalanas, posibilidad de pacto absolutamente dinamitada por parte de la frutera. 

Está la frutería dinamitando todos los puentes con quien, en un momento dado, podrían ser posibled aliados. Por todo lo cual no habrá moción de censura ganable por ahora.

Feijóo ha llamado a FAES y les ha dicho “Houston tenemos un problema” y Aznar le ha respondido poéticamente “¿Y tú me lo aseguras? Problema eres tú?

No es lo mismo llamar que salir a abrir

Los que exigen que el gobierno no presione las decisiones del Poder Judicial ahora presionan contra las decisiones del Gobierno
Jueces y fiscales elevan su ofensiva. Las cinco asociaciones del centroderecha judicial han convocado tres días consecutivos de huelga para los días 1, 2 y 3 de julio y una concentración el 28 de junio frente a la sede del Tribunal Supremo contra las reformas del ministro Félix Bolaños que pretenden modificar el acceso a la carrera. Los principales motivos de desacuerdo son la inclusión de una prueba escrita en la oposición que da acceso a la carrera, hasta ahora únicamente oral y memorística; y por el plan para regularizar a los jueces sustitutos —la mayoría mujeres— que cubren bajas y sacan adelante juzgados en situaciones precarias

Somos un país disparatado.

Si el PP dice que ha podido haber financiación ilegal en el PSOE ¡Cuidado! Que ellos saben de qué hablan porque son maestros en ese asunto. Si todo el choriceo de la democracia se produce en las adjudicaciones de obras, pongan una camara encima de cada contratación y que lo graben todo. No hay que extrañarse de lo que ahora hace el PP, antes lo vimos con Zapatero y antes con Felipe, lo único que ha cambiado es que antes derecha y ultraderecha eran el PP y ahora son PP y Vox. Los corruptores son las víctimas de los corruptos por eso el PP los deja en la sombra, y a los corruptos los usa como si fuesen  pasta dental, de uso a diario, varias veces al día, y para darle a los rivales en la boca. Desde el PP se ataca a vascos y catalanes para que no les apoyen, y MAR dice auténticas barbaridades que convierten en prietas las filas de la izquierda, estas son sus dos mejores maneras para evitar tener que presentar una moción de censura. Ahora vestidos de salvadores nos dicen que quieren echar a los mercaderes del templo, pero lo que no nos dicen es que es para poder instalar en el templo su propio centro comercial. 


Lo contrario sería resignarse al cinismo o, peor aún, a la rendición democrática.

Lo decía Antonio Machado «en España, de cada diez cabezas, una piensa y nueve embisten».
Hoy he leído un post de una buena amiga profesora en la Universidad complutense de Madrid, donde señalaba algunas ideas que me parecen muy importante subrayar en los momentos que vive nuestro país.
La primera es que la corrupción política intensifica la desconfianza ciudadana y provoca que muchas personas se sientan “huérfanas” de representación política, tanto en democracias avanzadas como en países con menor calidad democrática, como España. La segunda idea es la importancia del esfuerzo, la vocación y la ética, lo que contrasta con figuras opacas y prácticas poco transparentes cómo las que encontramos (especialmente que no solo en ellos), los partidos que han ejercido poder. Cómo tercera idea el desapego social hacia las instituciones y la importancia de la ética, la integridad y la vocación de servicio público como elementos esenciales para regenerar la confianza y combatir la corrupción. Cuarta idea es la importancia de abrir debates sobre la regeneración democrática y comprender el significado de ser ciudadano, y la necesidad de educar en valores cívicos.
Y por último señala cómo la mala praxis política produce hartazgo y desmovilización, que hace que los ciudadanos no se sienten representados, lo que facilita la aparición de liderazgos autoritarios y discursos vacíos que se apoyan más en el miedo que en argumentos. La conclusión de todo esto es que necesitamos una política que se base en la honestidad, la escucha y las propuestas valientes, cómo única manera de reconstruir la confianza social en la democracia.
Mi calificativo a ese texto es de “brillante”, porque quienes hemos militado años en cualquier partido político, sabemos que refleja una realidad, que no siempre llegan quienes más se esfuerzan ni los más brillantes, y que suelen alcanzar los puestos de responsabilidad aquellos más hábiles en medrar, los que están en el momento oportuno en el lugar oportuno, acariciando el dedo que designa oportunamente. Demuestran habilidad política, pero esa inteligencia casi “comercial” no es garantía de que generen empatía con el votante en lugar de desapego, que ellos mismos acaben creyendo tener un poder que nadie les ha otorgado, y que aportan poco a reconstruir la confianza en el partido y en las instituciones donde ejercen.
Aspectos positivos
Pero no debemos flagelarnos, porque no todo en el sistema político español es negativo, porque junto a una serie de debilidades crónicas que erosionan la confianza ciudadana, también nos muestra fortalezas estructurales. Entre estos últimos debemos destacar tres hechos fundamentales. El primero es que nuestro sistema garantiza libertades civiles, separación de poderes y participación ciudadana a través de elecciones libres y mecanismos como la iniciativa legislativa popular, y este sistema ha proporcionado estabilidad política y económica durante décadas, con seis presidentes desde 1978. El segundo es que tenemos procesos electorales limpios, libertad de voto y respeto a la libertad religiosa y de asociación, lo que tiene incluso reconocimiento internacional. Y cómo tercer aspecto positivo destacable están las mejoras en igualdad de género, en protección de las minorías, en bienestar social, sin que se puedan obviar retrocesos ligados a las crisis económicas vividas.
Aspectos negativos
Entre los aspectos negativos cabe señalar que el sistema tiene fallos en la representatividad, al ser un sistema electoral desequilibrado, con una metodología cómo la Ley d’Hondt, que favorece a los grandes partidos y que sub representa a formaciones minoritarias estatales, lo que genera Parlamentos no proporcionales. Y cómo no, y lo llevamos viviendo años, el sistema sufre de clientelismo y corrupción, y lo hemos visto en la existencia de redes de influencia en partidos como PP y PSOE, que han desviado recursos públicos y que han minado la meritocracia. Un segundo aspecto negativo es cómo se está produciendo una degradación institucional galopante, evidente en la politización de órganos clave cómo el Consejo General del Poder Judicial y el Tribunal Constitucional que están sometidos a cuotas partidistas, que se quiera o no, acaban afectando su independencia.
A esto se le debe sumar una fragmentación y una polarización provocadas por la dinámica de bloqueo existente entre PP y PSOE, dependiendo quien ejerce el gobierno, lo que provoca la paralización de reformas estructurales, reduciendo el debate político a debates de barra de bar. Y todo lo negativo ya señalado, provoca una desafección ciudadana reflejada por un estudio del Instituto IDEA, donde señala que el 74% de los españoles desconfía de la clase política, y que según datos e 2025, solo el 6.4% de los jóvenes confía en los partidos.
Propuestas
La pregunta es ¿qué hacer para mejorarlo? Cualquier texto sobre las medidas a acometer señala cómo imprescindible abordar tres aspectos: regeneración institucional, reforma electoral y mayor participación ciudadana. Son reformas necesarias para su mejora y para recuperar la confianza ciudadana. Ya sé que todas ellas deben ser propuestas para el debate y ninguna de ellas debe entenderse cómo una línea roja.
La regeneración institucional pasa por garantizar la independencia judicial, y cómo medidas deberían valorarse dos decisiones: la ampliación de los mandatos de magistrados del Constitucional a quince años y exigir un mínimo de veinticinco años de experiencia; y la eliminación de las cuotas partidistas en el CGPJ, y que la designación de sus miembros se realice mediante elección por mayoría cualificada garantizando la presencia de todas las asociaciones de jueces y fiscales, sin un sesgo por la representatividad, sino por méritos profesionales. La trasparencia es la mejor medida contra la corrupción y esa transparencia debería garantizarse mediante la creación de una Agencia Estatal Anticorrupción que sea autónoma en su funcionamiento, y en cuya composición sea reflejo de la composición del Parlamento. Y algo indiscutible es la imperiosa necesidad de penalizar el enriquecimiento injustificado de cargos públicos y ampliar plazos de prescripción para delitos económicos.
Nuestro país necesita afrontar una reforma electoral, y esa reforma debe pasar por adoptar un sistema mixto (circunscripciones uninominales + lista nacional proporcional), por implementar listas abiertas con preferencia ciudadana, y efectuar un ajuste de los escaños por población real, manteniendo un mínimo para zonas despobladas. Pero eso no puede realizarse sin mejorar la participación ciudadana en la vida pública, y eso pasa por la democratización de los partidos, por realización de primarias obligatorias con participación de no afiliados, con sometimiento de los partidos a auditorías externas de financiación y la absoluta prohibición de donaciones anónimas a los partidos.
Pero la participación ciudadana también pasa por establecer mecanismos de control directo de participación cómo puedan ser la existencia de referéndums revocatorios para cargos electos con umbrales de apoyo ciudadano, en la era digital, no parece desacertado la puesta en funcionamiento de plataformas digitales para iniciativas legislativas ciudadanos vinculantes.
Conclusión
En conclusión, nuestro sistema político requiere una nueva transición que priorice la ética pública sobre el interés partidista. Como señala el informe del Instituto IDEA, la combinación de reformas técnicas y pedagogía cívica podría reducir la brecha entre instituciones y ciudadanía. Sin embargo, su éxito dependerá de que los líderes actuales entiendan que urge convertir esa energía en diálogo constructivo. La publicación de mi amiga terminaba señalando "Éste es el momento de la política propositiva. Lo contrario sería resignarse al cinismo o, peor aún, a la rendición democrática." He intentado hacerle caso

EL CUENTO EN QUE VIVIMOS


Había una vez en el país de Iberia un político llamado Alberto, que soñaba con ser el líder del gran castillo de la Moncloa. Alberto veía que el actual rey, Pedro, tenía problemas y muchos habitantes estaban enfadados por los escándalos y las peleas en el reino. En vez de contar sus propias ideas para mejorar Iberia, Alberto decidió que la mejor forma de llegar al trono era repetir a todos que el reino estaba en ruinas y que todo iba mal, aunque no tuviera un plan claro para arreglarlo.
Cada vez que podía, Alberto organizaba grandes reuniones en las plazas, donde animaba a los ciudadanos a gritar contra el rey y sus caballeros. Decía que el castillo estaba lleno de peligros y que había que rebelarse, aunque nunca explicaba cómo haría él para que las cosas fueran mejor. Sus ayudantes le aconsejaban que, si la gente se sentía más preocupada y enfadada, sería más fácil que quisieran un cambio, aunque él no dijera qué haría distinto.
Algunos habitantes empezaron a notar que, cuando se le preguntaba a Alberto por sus ideas, solo respondía con más críticas y advertencias sobre el desastre que, según él, se avecinaba. Otros se dieron cuenta de que Alberto se unía a quienes gritaban más fuerte, aunque no compartiera sus valores, solo para sumar más voces a su causa. Mientras tanto, los problemas reales del reino seguían sin resolverse y los ciudadanos se sentían cada vez más cansados de tanto ruido y tan pocas soluciones.
Un día, un niño del reino preguntó en voz alta: “¿Por qué Alberto solo habla de lo mal que van las cosas y no nos cuenta cómo las arreglaría? ¿No sería mejor que, en vez de desear que todo empeore, nos ayudara a mejorar nuestro hogar?”
Moraleja:
Quien solo busca el poder señalando lo mal que va todo, sin ofrecer soluciones ni preocuparse de verdad por la gente, puede que consiga que muchos se enfaden, pero nunca logrará que el reino prospere. Porque para ser un buen líder, no basta con desear el trono: hay que tener un proyecto y pensar en el bienestar de todos, no solo en uno mismo.

La clave

Para diseñar una estrategia efectiva contra esa combinación multifactorial de la que se nutren derecha y ultraderecha, desde los progresista...