Las emisoras y medios de comunicación, esos que tienen siempre sus manos limpias como libro de cabecera, tratan de hacernos entender que ideología y decencia, son dos conceptos que, como todo el mundo sabe, van de la mano y jamás se mezclan, lo mismito que ocurre con el agua y el aceite.
Para la derecha, su ideología es ese inocente sistema de ideas y creencias, que está ahí solo para ayudarnos a interpretar la realidad de forma objetiva, sin ningún tipo de sesgo ni interés oculto, faltaría más. Su ideología es tan abierta y flexible que nunca, jamás, simplifica la realidad ni impone visiones dogmáticas. ¿Qué ellos son excluyentes y autoritarios? ¡Qué va! Siempre están dispuestos a escuchar a los demás y a abrazar puntos de vista alternativos, porque lo suyo es la pluralidad. Lo vemos a diario en los Feijoo, Tellado, Gamarra y demás hierbas.
La ideología de izquierda no merece ni mencionarse. No es humanismo, sino comunismo, chavismo, bolivarianismo y, como no, sanchismo. Y como carece de la misma decencia que la ideología de derechas, debe ser exterminada a lo gazatí.
Otra cosa es la decencia, ese concepto tan pasado de moda que consiste en no mentir, en no manipular y en no anteponer el deseo propio a la realidad. Porque, claro, actuar con decencia es algo que está al alcance de cualquiera, independientemente de sus ideas. La decencia, es ese superpoder que pone los hechos y la verdad por delante de cualquier causa, y que jamás, nunca, se deja manipular por intereses personales ni por la ideologia. ¡Qué bonito sería el mundo si todos fuéramos así de decentes!
Ahora, pasemos a aplicar estos conceptos al emocionante capítulo del fiscal general del Estado. Después de meses y meses de exhaustiva investigación, el Tribunal Supremo no ha encontrado ni una mísera prueba que relacione al fiscal general con la filtración del famoso correo. Ni en su despacho, ni en sus comunicaciones, ni en los testimonios: todo limpísimo, como una patena. Es más, resulta que los periodistas ya tenían la información mucho antes de que el fiscal general supiera siquiera de su existencia. ¡Menuda casualidad! Las pruebas documentales y las actas notariales lo dejan clarísimo: la información ya circulaba, así que, según el Supremo, aquí no hay delito que valga, salvo que en lugar de la decencia apliquemos la ideologia.
El denunciante, pareja de Ayuso, ofreció ante el juez una versión tan coherente y creíble que ni él mismo se la cree. Documentos y mensajes prueban lo contrario, pero eso son detalles menores, sin importancia. Incluso su propio abogado le contradice y reconoce que actuó de común acuerdo, lo que, por supuesto, da muchísima solidez a la acusación.
Y por si fuera poco, los periodistas, me refiero solo a esos adalides de la izquierda que carecen de transparencia (no me refiero a los pro PP, pro Vox, y pro el interés de quien les paga) no se les ha ocurrido otra cosa que afirmar y documentar ante notario que conocen la fuente de la filtración “a ciencia cierta”. Vamos, que aquí todo el mundo sabe de todo, menos el fiscal general, que pasaba por allí, pero que quiera o no, ya ha sido declarado el culpable.
Es que la verdad y la decencia son dos cánceres de la nueva sociedad pro Trump y pro Netanyahu. Sin duda, lo que debe prevalecer es la ideología.
Buen finde
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