sábado, 26 de agosto de 2023

UN PAÍS PARA COMERLO


Puede que sea mi profesión de médico la que me hace entender así la vida. O tal vez sea mi forma de entender la vida, la que me hizo escoger esta profesión. Sea una u otra la que predominó en su momento, lo cierto y verdad es que siempre he pensado que lo más importante por lo que merece la pena pelear cada día, desde que te levantas hasta que te acuestas, es por mejorar la vida de la gente (del latín gens gentis, tribu o familia). Pero no solo debemos limitarnos a la gente que nos rodea, sino entender el concepto de gente en el sentido más amplio de la palabra.
Una sociedad como la española, europea, moderna, con ciudadanos muchos de ellos formados en nuestras universidades, escuelas, o institutos, no puede regirse por unas reglas que no estén basadas en la solidaridad, en la cooperación Inter generacional, en el apoyo mutuo. Solo si lo concebimos así, nuestro país podrá tener un futuro esperanzador. Nuestros hijos y nietos no se merecen que les dejemos la herencia de un paisaje estéril, de un aire irrespirable, de trabajos precarios, de condiciones laborales insufribles, de servicios públicos deficientes, y tantas cuestiones mejorables. Si esa es la herencia, serán jóvenes desilusionados con su futuro, las víctimas de una desigualdad que convierte a las mujeres en seres que pueden ser maltratados u obligados a guardar silencio. Y a nosotros ver cómo nos hacemos mayores, pero alentados solo por la esperanza de que nuestra vida se limite a recibir una pensión de subsistencia, o a que nos reconozcan un grado de dependencia que nos abra la puerta a un centro socio-sanitario o a una residencia.
No, yo no quiero una sociedad como la actual, donde importan más los beneficios económicos de la banca, las grandes empresas y las industrias, que la vida de los ciudadanos. Aún sufrimos las consecuencias del modelo neoliberal que durante muchos años ha convertido a las personas en un instrumento al servicio de la economía, en lugar de colocar esa economía a nuestro servicio como personas. Han puesto la carreta delante de los bueyes, los intereses económicos de la empresa por delante de la calidad de vida de sus trabajadores. Pero el paso del tiempo no ha cambiado ese enfoque, continúa hoy, y cuando ahora los defensores de ese modelo de sociedad nos prometen defender nuestros derechos, debemos darnos cuenta que representan a los mismos poderes que cuando les ha venido bien restringirlos o directamente quitárnoslos, lo han hecho sin ningún pudor. Tu tal vez puedas, pero yo no puedo creerles.
Tampoco puedo entender, como puede ser tan importante para unos seguir creyendo que vivimos en la época de los imperios, cuando mantener las fronteras el reino era algo incuestionable. Viven como entonces, convencidos de que lo importante es conquistar territorios y llevar nuestras fronteras un poco más lejos cada día. Tampoco puedo entender que otros, que dicen ser rivales de los primeros, también quieran dibujar nuevas fronteras, porque no se sienten a gusto donde viven, en lugar de pelear porque se viva con más derechos en ambos lados de esa línea imaginaria que pretenden crear como nueva frontera. Igual no se han dado cuenta de que quienes vivimos en uno de esos territorios, no nos consideramos ni mejores ni peores que los que viven en el otro. No digo que algunos no puedan pensarse mejores, pero deberían analizar si no se debe a que nos han mentido y nos han quitado muchos derechos, precisamente buscando dividirnos, para que nos sintamos individuos y no sociedad, porque es ese individualismo lo que nos convierte en siervos de esos poderes fácticos.
Han inventado las deidades, las divinidades, el pecado, la gloria y los infiernos. Todo para que creamos que existen cuestiones sagradas, cuando lo único que merece ser considerado sagrado es la vida. También han inventado las naciones y las patrias para poder llamarse nacionalistas y patriotas, con lo que fabrican su excusa perfecta para enarbolar banderas y símbolos. Pero las únicas banderas que merece la pena enarbolar, en un planeta finito y que agoniza poco a poco con nosotros a bordo, son las de la lucha contra la pobreza, contra la xenofobia, contra el machismo que hoy nos avergüenza ante el mundo, contra una visión de la sexualidad retrograda y castrante, contra el cambio climático, contra las guerras y la destrucción.
Estos días de intento de investidura las caras visibles de esa ideología, nos van a decir que su España no se puede romper, que nuestra monarquía es moderna e intocable, que los caseros tienen derecho a cobrarnos el alquiler que quieran porque para eso son los propietarios, que los bancos pueden subirnos las hipotecas porque ellos nos prestaron el dinero para adquirir un techo bajo el que vivir, que subir los salarios hará quebrar a las empresas, o que subir las pensiones según el IPC es algo insostenible. Pero mientras les escuchamos y algunos les hacen caso, y otros nos reímos o lloramos, el rey seguirá viviendo como un rey, los fondos buitres se pondrán las botas, los beneficios bancarios seguirán creciendo, las empresas aumentarán sus beneficios, y los fondos de pensiones serán la gran esperanza de los mayores para su mañana.
Muchos respaldan con sus votos esas grandiosas propuestas. No les importa si mañana son las víctimas de ese patriotismo de hojalata que les están vendiendo, porque piensan que analizar esas cosas es un trabajo pesado, mucho más fácil les resulta creer a pies juntillas lo que un pseudo erudito televisivo les cuenta. Lo más importante para ellos será convencernos de que con ellos España no se rompe, que en su España no puede haber comunistas ni separatistas con derecho a gobernar, ni que los ex-terroristas tengan derechos ni a arrepentimiento ni a perdón, ni mucho menos a integrarse en la democracia.
Y luego se irán a la cama felices, eso si después de haber rezado un Padre Nuestro por si mañana no se despiertan y eso les puede abrir las puertas de un cielo que alguien le dijo que existía, y que si quieren un día llegar a él, deberán seguir pensando cómo piensan.
Tenemos un país para comérselo, como dice una publicidad, pero no nos damos cuenta de que solo unos pocos se lo comen. Comen todo lo que quieren, siempre a costa de los demás.

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