domingo, 6 de agosto de 2023

Triste, pero nada ya sorprende.

Triste, pero nada ya sorprende. Todo está estudiado.
Si solo escuchas tus sentimientos, no analizas la realidad y dejas aparcado cualquier atisbo de objetividad para con lo que acontezca a tu alrededor en la vida cotidiana de la gente, incluso de tu gente.
Ninguna cadena nos ata más que el fanatismo.
Podemos ser pobres, pero el fanatismo ideológico nos genera una sensación mental de ricos, que nos arrastra a votar como si fuésemos ricos. Se puede vivir de alquiler, no tener trabajo, y llegar a fin de mes a duras penasy no ser consciente. Al fanático le basta con ver en la puerta un buen coche que se cree que es suyo, aunque sea a pagar a 10 años, para sentirse propietario. Le basta con ponerse una camisa cara y ya se cree un importante empresario. Se siente como un rico.
Y si piensa así, lo suyo pasa de ser una idea a convertirse en una actitud. Entonces ya asume, que se puede ser machista, porque desde hace años ha imperado el machismo. Que se puede ser retrógrado porque se siguen y se creen válidas las enseñanzas presentes en textos de hace siglos. Asume que se puede negar la memoria histórica, porque la iglesia española desde 1936 solo tiene la memoria del lado al que siempre estuvo volcada, aunque el actual Papa rechace esa visión. Y asume, que no importa si lo que posee es porque es miembro de una institución que ha sido la más beneficiada por el antiguo régimen. “Nada debe cambiar porque a mi me va bien así” es su máxima favorita. Se vuelve incapaz de asumir que se equivoca, hasta sabiendo que se equivoca. Escucha más a quien le apoya ciegamente en el error que a quien se lo critica o cuestiona porque carece de capacidad de autocrítica.
Porque llega un momento, en el que si tienes asumido e interiorizado todo lo anterior, la simpatía personal ya no puede servirte como carta de presentación. Te toca escuchar, aunque no te guste, todo lo que tus palabras y tus actos han provocado en los demás porque te han escuchado y te han visto como actúas. Te toca asumir las consecuencias de cómo eres o de cómo te han hecho que seas. Para bien y para mal.
Eso es ley de vida para el fanático ideológico que no evoluciona con los tiempos. Es incapaz de mirarse a un espejo y verse de verdad.

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