domingo, 6 de agosto de 2023

Para un hijo.

Para un hijo.
Siempre es buen momento, para hablarle a nuestros hijos de lealtad, de esa cualidad por la que nunca le damos la espalda a quien consideramos amigo, o simplemente a alguien con quien nos vincula una relación social.
La lealtad tiene más que ver con nosotros mismos que con el sujeto al que somos leales. Es un concepto vinculado a lo que muchos definen como "el honor", es la demostración de en qué estima tenemos el concepto de gratitud, y es algo transversal en nuestra forma de afrontar la vida.
Es leal aquel en quien puedes confiar. Al leal se le ve venir de lejos. Pero ser leal no es fácil, porque implica tener la conciencia limpia, y en la conciencia de todos los humanos siempre hay rincones que necesitan que les pasemos la escoba. El respeto con alguien se ejerce, la confianza de alguien nos la ganamos, y la lealtad a alguien, o a algo, se demuestra.
Quien es leal es honesto, y eso hoy convierte a la persona leal en algo genuino, una especie casi en peligro de extinción. La lealtad es enemiga del interés. Quien es leal es coherente, no te juzga, no tiene contigo prejuicios, no inventa excusas. Quien es leal tiene muy alta la autoestima.
La lealtad existe en diferentes ámbitos, en la familia, con la pareja, en el trabajo. Incluso hasta existe la lealtad en la política.
Su contrario es la deslealtad. La deslealtad duele, decepciona, sabe a traición. Pero solo podemos adaptarnos a ella, sabedores de que hoy la vida es de una manera y mañana puede ser muy diferente. Es poco inteligente pensar que todo va a seguir igual siempre, y hay que tener muy claro que nada te va a devolver lo perdido por deslealtad de alguien, pero no se puede dejar que el rencor te pueda, sino que es mejor dejar en la memoria lo bueno vivido antes de sufrir la deslealtad. Todo, aunque duela, antes que ejercer de víctima. Hay que saber pasar página, aunque el desleal no merezca tu respeto.
Y no olvidar, que la peor deslealtad es no ser leal a uno mismo, traicionar nuestros principios, o dejar de perseguir nuestros sueños.
Siempre hay que seguir el camino.

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