Nuestros medios informativos (televisiones y diarios) parece que se han aprendido muy bien ese principio de que, repitiendo el mismo mensaje (de manera insistente aunque sea falso), quienes lo escuchen acabarán convencidos de que su contenido es cierto. La proclama general para difundir es “vamos mal”, esperando el mismo resultado que obtenían con aquello de “España va bien”, cuando se podían estar cargando todo lo público y privatizándolo a manos de sus amigos, pero como España iba bien, todo el mundo se sentía convencido y sonreía. Ahora el mensaje es que en España “vamos mal”. Da igual si baja el combustible, la luz o la inflación, ellos lo lanzan convencidos de que, al final, nosotros seremos los convencidos de lo mal que vamos.
Y lo aplican a todo lo que se mueve. A todo lo que pueda hacer que se les vea el plumero. Ahora llevan unos días empeñados en convencernos de que la llegada de Meloni no es una amenaza para la democracia o, al menos, de serlo, es una amenaza de baja intensidad. Nos dicen que en Italia no gobernará la extrema derecha, sino que lo hará el centro derecha, porque está Berlusconi, como si ese señor en alguna ocasión no hubiese sido el adalid del poder económico y mediático. En realidad, el mensaje que hay en la trastienda es simple: que debemos legitimar al postfascismo en la Unión Europea. Lo disfrazan como algo democrático, “es el pueblo el que lo decide” , aunque la realidad sea “es el pueblo manipulado por los medios de información quien lo elige”. Todo para que nadie se de cuenta del riesgo que su acceso al poder de un Estado supone.
La estrategia es vieja, convencernos de que las victimas somos los culpables de nuestra pobreza y no que la provocan sus elites financieras. La llegada de la ultraderecha al poder por la vía democrática es una forma de dar muerte a la democracia por un exceso de democracia, y además, aderezada con el blanqueamiento que la derecha le está dando, al presentarla con un rostro amable y tolerante. Pero no podemos olvidar que la democracia debe servir para mejorar la vida de la mayoría y no solo la de los privilegiados, que dotados de más recursos pueden alcanzar el poder.
Pecamos de ingenuos, convencidos de que el poder económico y el neoliberalismo no son culpables de todo lo que acontece por el ejercicio del poder del dinero. Algunos deben creer que la culpa fue del chachachá. Pero no es así, porque los polvos de aquello que políticamente no hicimos cuando debimos hacerlo, nos han traído estos lodos en los que estamos hoy con los pies hundidos. ¿Cómo luchar contra esto? El gobierno de coalición debe acelerar sus acciones si quiere protegernos del tsunami que se nos viene. Debe facilitar un modo de vida digno para todas las personas, poniendo ese objetivo por delante del interés de los siempre insaciables de dinero y de bienes.
El poder judicial, la banca y los agentes económicos no pueden funcionar al margen de la política, de los parlamentos, o estarán maniatando los avances en democracia. Que la precariedad de la mayoría no se puede justificar con la libertad de mercado, porque el estado del bienestar está desapareciendo mientras los ingresos que llegan al Estado revierten en la banca, las multinacionales, y en los amiguetes de algunos, antes que en quienes necesitan servicios públicos para una vida digna. Claro que no es fácil hacerlo, pero debe intentarse una y otra vez si no se logra a la primera.
Los partidos de izquierda no pueden aparecer ante los ciudadanos como incapaces de hacerlo, porque entonces no son partidos de izquierda. Deben ser consecuentes con los valores de justicia, libertad y laicismo. De no hacerlo, seguiremos en esta deriva en la que estamos. Pero para ello, los partidos necesitan dirigentes comprometidos con los valores de la democracia al cien por ciento. No nos vale que en sus discursos proclamen que el pueblo es soberano porque cada cuatro años acude las urnas. El pueblo debe ser realmente el soberano y para ello no puede ser manipulado.
Los referentes izquierda-derecha empiezan a cambiarse por los de pueblo-casta, porque hay una autentica devaluación de la política que ahora tiene una capacidad limitada. Nuestro sistema está en crisis, pero no podemos venirnos abajo. A diagnósticos simples, soluciones contundentes.
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