Todos hemos mentido alguna vez. A veces por miedo a decir la verdad, y sobre todo por miedo a sus consecuencias. Pero la mentira nunca puede convertirse en una forma de vida. A veces la mentira nos parece el camino más fácil. Hasta nos complacemos con lo que llamamos eufemísticamente una “mentira piadosa”. Pero la mentira nunca es la mejor opción que elegir, y las mentiras piadosas no existen, son verdades aplazadas. Podemos esconder la verdad bajo la alfombra, pero no se pueden esconder sus consecuencias.
La mentira tiene tal poder, que es capaz de convencer hasta al mentiroso. Tiene la capacidad de parecer verdad, por ejemplo, cuando se repite muchas veces, cuando la mentira se ‘disfraza’, pero, sobre todo, cuando muchos se la creen. De pequeño me enseñaron que nunca debía dejarme llevar por lo que crean los demás, que pensará por mí mismo, antes de creer a pies juntillas lo que me contaban. No analizar los hechos, puede hacer que acabemos creyéndonos nuestras propias mentiras. El relato del franquismo es una muestra de cómo se puede tergiversar hasta la historia. Esto sucede más veces de las que nos imaginamos.
El mejor antídoto contra la mentira es la generosidad, el compartir lo que sabemos, admitir nuestras carencias, no elegir el camino más fácil, porque llega un día en que todo se vuelve contra el mentiroso. Por eso no es perdonable que donde es más habitual mentir, y donde no debería ser ni siquiera tolerable, sea en la política. No se entiende que haya políticos convertidos en auténticas fábricas andante de mentiras. Practican tanto, que son capaces de engañar a propios y extraños, de hacer que los veamos como individuos muy capacitados para representarnos, para asumir responsabilidades públicas, cuando la realidad es que, la mayoría de las veces, en las distancias cortas, la responsabilidad es algo que personalmente siempre eluden.
En sus partidos les designan, y en ocasiones su gran mérito es que pasaban por allí. Pero llegan, los adulan, los encumbran, hasta que llega el momento en que deben demostrar su capacidad. Es entonces cuando no pueden esconder su ineptitud, su ignorancia, sus carencias. En ese momento se ven obligados a recurrir a las falacias, las mentiras, las verdades a medias, las inexactitudes. Pero tienen mucho rostro, y lo hacen tranquilamente, convencidos de que quienes les rodean, esos que llaman “su equipo”, aunque lo sepan, callaran, incluso les calificarán de “estadistas”. Saben que mientras él este, a ellos les seguiría yendo bien, especialmente a sus bolsillos, y saben que su silencio ayudará a llenarlos. Todos contribuyen así a mantener el gran engaño.
Son políticos valientes. Hacen cosas. Llegan a prometer que convertirán nuestro país en el país de las maravillas, aunque no conozcan a Alicia. Lo hacen decididos a convertir si lo necesitan, sus promesas electorales en sus mentiras gubernamentales. Están dispuestos a afirmar, que, si no consiguen hacer nada, el culpable de todo será el gobierno anterior. Y si eso no es suficiente, justificaran su incapacidad por la persecución política a la que le someten sus rivales.
Se dejan elegir sin saber para qué, pero rápidamente aprenden a maquillar sus carencias. Prometen luchar contra la corrupción, pero no se les pasa por sus cabezas empezar esa lucha justificando sus ingresos y su patrimonio. Venían para convertirse en el azote de los corruptos, pero se sienten cómodos rodeados de ellos, saben que enriquecen a amigos y familiares, pero ellos deciden que es mejor saber y callar, por si un día necesitan utilizar lo que saben, un silencio justificable para no hacer daño al partido y perder votos. Para evitar que la justicia pueda llegar a pedir cuentas a ellos o a su partido, la bloquean, la enlodan, la dilatan y encubren todo lo que sea necesario para salvaguardar su impunidad y la de los suyos.
Pero un día, sin saber cuándo, llega el desencanto entre sus filas. Empiezan a salir de debajo de las piedras las víctimas de sus engaños, aunque ellos siguen creyéndose sus propias mentiras. Pero al final, es tal su incapacidad, que acaban convirtiéndose en el hazmerreír de sus propios y rivales. Entonces deben marcharse por donde había venido. Ninguno quiere volver a su empleo de antes, intentan que les den un asiento en alguno de los muchos cementerios de elefantes que existen en nuestro país.
Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, aunque puede resultar familiar. Moraleja: antes de aceptar una responsabilidad pública, algo valioso para tus conciudadanos, piensalo mucho, porque en política nadie regala nada, y si el precio es mentir en una interminable huida hacia adelante, el precio es demasiado caro.
Buen domingo.
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