Las conclusiones más negativas del debate electoral de hace unos días, no es que comprobemos que si o si hemos vuelto a las dos españas, que no solo se evidencia sino que hasta se palpa. Una de ellas es comprobar que poca gente quiere ser ecuánime para valorar lo que aconteció. Alguien ecuánime no puede negarse a admitir que Sánchez no estuvo acertado, o que Feijoo mintió de forma consciente y premeditada, por mucho que uno u otro sea tu candidato favorito.
Pero mucho más desagradable es la sensación de subida de tono que se respira en las redes, por parte de los votantes de la derecha. Es a todas luces desmedida. Pero lo es mucho más aún, entre quienes están decididos a votarles, aun sabiendo que ni su situación personal, ni su economía, ni sus situación laboral, si su forma de entender la vida son acordes con el perfil del votante tradicional de la derecha. Algunos se autoproclaman revolucionarios, votantes por rebeldía, cuando la xenofobia, el machismo, la censura o el negacionismo que significa elegir ese voto, es cualquier cosa menos rebeldía.
Votan en contra de, no a favor de unas ideas o de un modelo de sociedad. Se vota con las tripas y no con la cabeza. Estamos ante una ciudadanía capaz de votar a quienes aplicaran unas políticas de las que serán los desfavorecidos. Algunos comentarios buscan más generar miedo en el diferente, que mostrar las bondades de sus propuestas. Es el precio que muchos pagaremos pronto, pero que la derecha moderada española, pagará con el tiempo por su blanqueo consciente de una ultraderecha que añora la España gris del franquismo.
Hoy me es inevitable recordar el poema de Niemoller en 1946. Conviene recordarlo
“Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, guardé silencio, ya que no era comunista,
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, ya que no era socialdemócrata,
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, ya que no era sindicalista,
Cuando vinieron a llevarse a los judíos,
no protesté, ya que no era judío,
Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar”.
Pues eso. Todo gris y triste, muy triste.
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