domingo, 6 de agosto de 2023

El curandero de la homosexualidad


El Papa Francisco ha decidido prescindir del polémico arzobispo de Alcalá de Henares, que, entre otras genialidades, puso en marcha tratamientos para curar la homosexualidad. Una de sus frases gloriosas fue “Los que piensan ya desde niños que tienen atracción por las personas de su mismo sexo, a veces para comprobarlo se corrompen y se prostituyen o van a clubs de hombres nocturnos... os aseguro que encuentran el infierno".
Cada uno es libre de pensar y opinar libremente. Otra cosa diferente es que no todas las opiniones tienen la misma relevancia o repercusión. La de un arzobispo la tiene sin duda, y por eso debería medir más que otros sus palabras. Pero no solo él en la iglesia opina de esa manera, y son muchos los que ven la homosexualidad como una puerta al infierno. Casi a diario conocemos polémicas sobre la xenofobia, la homofobia, la pederastia, o sobre determinados derechos que (aunque lo son), siguen siendo cuestionados por algunas instituciones, que consideran que atacan su misma esencia. Eso ocurre con la iglesia.
Es el pan de cada día para algunos miembros de la jerarquía de la iglesia católica. Resulta insuficiente lo que se hace desde esa institución por combatir el odio contra las personas LGBTIQ+. En algunos casos, incluso se alimenta ese odio contra las personas con proclamar su diversidad sexual y de género. Poco importa una opinión individual. Lo grave es cuando eso se proclama como opinión colectiva a través del discurso, desde los púlpitos, durante la impartición de doctrina, o a través de la imposición de las llamadas normas de moralidad.
No se pueden cerrar los ojos ante casos en los que, en el ejercicio de su ministerio, se han ejercido abusos sobre inferiores. Casos en los que en lugar de rebatir y juzgar a sus autores, se les ampara y protege mirando sus superiores para otro lado. Al hacerlo así, en lugar de apaciguar y concertar, se fomenta la animadversión contra la comunidad LGBTIQ+.
Ahí están los contenidos de algunos discursos, sermones u homilías. Las hemerotecas rebosan de ese tipo de declaraciones. Incluso es frecuente escuchar como excusa, que se trata de interpretaciones erróneas o sacadas de contexto. No es de recibo, que una institución que debe ser ejemplo de las enseñanzas de su fundador (solidaridad, tolerancia, bondad, etc.) se permita calificar en el siglo XXI como enfermos incurables a las personas LGBTIQ+. Han pasado demasiados siglos para entender de una vez por todas, que la homosexualidad no es consecuencia de una fallida educación sexual, ni consecuencia de malos ejemplos en la infancia, ni una patología que tengamos que curar. Al actuar así, se está estigmatizando a seres humanos, y bien haría la iglesia en cambiar esa errónea visión que la lleva a mantener fuera de ella a personas que quieren pertenecer a ella y que ven cerradas las puertas por su orientación sexual.
Mejor le resultaría realizar, sin dilación, una reflexión sobre la sexualidad o sobre el papel de la mujer en la iglesia. Ha llovido demasiado para que la jerarquía eclesiástica siga empeñada en cerrar sus puertas a nuevas y diversas realidades que están ahí y que no puede ignorar, ni estigmatizar.
Dicho de otra manera, toca avanzar con los tiempos, aunque el integrismo católico aún no lo quiera ver.
¡Chapeau! por el Papa Francisco en su decisión.

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