Lo lamento, pero no puedo mirar para otro lado. Sé que muchos se sentirán molestos con lo que voy a expresar, y no le darán a “me gusta” al contenido de este post y mucho menos lo compartirán en sus muros. Puedo entenderlo. Seguramente temen que habrá quien lo emplee para añadir leña a una hoguera que dura ya demasiado tiempo, y donde con ceguera partidista, todo es malo o bueno según el cristal de quien lo mira.
No basta con indignarnos, ni con sentirnos invadidos por la tristeza que causa su visualización. Personas muertas, otras heridas por los golpes, hacinadas como si se tratase de ganado, merecen que quienes nos consideramos demócratas, o solo humanos, levantemos la voz.
No puedo entender como mi país calla. ¿Es que nos ha infectado el virus de la ultraderecha a todos? ¿A nuestro gobierno? Si otros pueden permanecer impasibles ante el trato dado en esa frontera a personas que huyen del horror de las guerras silenciadas en sus países de origen, de ser sometidos a torturas, o de la hambruna, yo no puedo hacerlo, y me gustaría que quienes me representan en el Congreso de los Diputados tampoco.
Nuestro país no puede permitir y además guardar silencio, ante una vulneración tan flagrante del derecho internacional. Ha sido una vulneración de los derechos humanos y no se puede correr un tupido velo sin avergonzarse, sino que debe abrirse una investigación independiente que identifique y sancione a los responsables de este horror. Lo acontecido tiene una enorme gravedad, porque no se ha prestado socorro a los heridos según testigos de ONGs.
Es maltrato a seres humanos, y resulta intolerable que se califique a un grupo de personas que intentan huir del horror como “amenaza”, como” ataque violento a nuestra integridad territorial”. Son necesarios luz y taquígrafos para lavar una página tan sucia de nuestra historia. Si son mafias, identifíquense las mafias. Limitar todo a los “negocios de las mafias” es negar la existencia del hambre, la pobreza, la guerra en esos países. Se nos ha olvidado lo que significa el término “refugiado”.
Los derechos humanos existen, y o se protegen o se conculcan, y en eso no existen actitudes mediopensionistas. Pero un grupo de personas subsaharianas huyendo de la muerte, no puede entenderse como un ataque a nuestra soberanía. Un emigrante no es un terrorista, como afirma la ultraderecha. Oírlo en boca del ministro de un gobierno de izquierda no se queda en una mera afirmación, sino que se convierte en un vómito incalificable que intenta criminalizar a los migrantes.
Puede que muchos de los migrantes que buscan llegar a Europa, deban huir de sus países precisamente por cómo los países de esta Europa han esquilmado sus recursos durante siglos y siguen haciéndolo hoy. Añadir a eso, la concepción de las migraciones como amenazas que deben ser frenadas por las fuerzas militares, es algo inimaginable en una ideología progresista. Afirmarlo así, es exactamente lo contrario a los discursos de igualdad y de respeto a los derechos humanos con los que esos mismos dirigentes nos llenan los oídos cuando se aproximan las urnas.
Me niego a que se asuma el discurso de la ultraderecha, por parte de un gobierno que se define progresista. Un progresista, ante lo acontecido, primero pide perdón, busca a los responsables y los pone ante la justicia. Si eso molesta, es que el discurso xenófobo ha empezado a calar, sin necesidad de ganar en las urnas.
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