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Antes la izquierda no quería
fronteras. Luchaba por la libertad de todos, por un mundo mejor. Era solidaria.
Ahora descubrimos que también la gente de izquierdas es nacionalista, capaz de
pensar solo en su tribu. Una izquierda que dice querer un mundo sin fronteras,
mientras comparte con la derecha el "No vengas a quitarme lo que es mío"
y el "Quédate en tu país y arréglate como puedas".
El problema con Catalunya no
es la enfermedad, solo es un síntoma más. La enfermedad se llama ambición por
tener más votos, más poder, sin pensar en sobre quienes se ejerce ese poder.
Ambición de un PP que dice defender el estado de derecho, actuando como no hay
derecho a actuar, que llama golpistas a unos y se olvida de los golpistas a los
que mantiene sus nombres en calles y plazas.
Ambición por tener más votos, de
un Independentismo que se salta el estado de derecho, porque sabe que solo así
se puede creer con derecho a un estado. Pero con su juego, unos y otros, están
traicionando al Estado y al Derecho.
Y una curiosidad para quienes
ponen más culpa en Puigdemont que en Rajoy. Aquellos polvos del PP recurriendo
por un puñado de votos, un Estatuto que cabía en la Constitución de todos, hoy
nos han traído estos lodos, en los que por otro puñado de votos, en esa
Constitución ya no cabemos todos. Y ahora, con una estrategia de
judicialización y ejercicio de la fuerza, ha convertido al verdugo en mártir.
¿Hasta cuándo aplazaremos el
"Removamos todas las trabas que oprimen al proletario. Cambiemos al mundo
de base, hundiendo al imperio burgués"?
Sí. En la izquierda, estamos
viviendo paradojas, y construir un mundo mejor, cada vez es más una de tantas
utopías. Y la derecha en esta clase de escenarios, flota risueña en su salsa.
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