Lo que está ocurriendo en Alemania es algo que debe preocupar. No es solo una economía en declive, sino un espejo para aprender y cambiar.
Alemania afronta una crisis estructural: un PIB a punto de contraerse por segundo año consecutivo y grandes empresas anunciando el cierre de fábricas. Los aranceles de Donald Trump a las importaciones pueden agravar si problemas porque Alemania tiene el 10% de sus exportaciones con EEUU.
Tampoco ayuda su situación política con elecciones generales en febrero de 2025. El origen y la magnitud del problema son diversos. El "milagro económico alemán, basado en su fortaleza industrial, su capacidad exportadora y el uso de energía barata como el gas ruso, se ha truncado frente a cambios globales como la guerra en Ucrania y la transición energética. Falta de innovación y visión de futuro porque la falta de inversión y la resistencia al cambio en sectores tradicionales como el motor les está pasando factura. Un mercado laboral cada vez más envejecido, unido a las dificultades para atraer talento cualificado, están debilitando las bases de la productividad y el crecimiento económico. Y la inestabilidad del gobierno de coalición y la falta de consenso han paralizado las reformas estructurales en un momento crítico para el país, si bien el declive lleva años gestándose. Alemania con 85 millones de habitantes, ha sido históricamente un gran contribuyente neto al presupuesto de la UE además de su motor de crecimiento y ahora es posible que no pueda seguir financiando a la UE en la misma medida y entre otros nos afectará a España y al Euro. Son claves que recoge en un libro el economista Münchau y culpa de esas claves a Angela Merkel.
Ninguna economía es inmune al cambio global y lo de Alemania puede pasar a otros. Solo puede enfrentarse a sus retos, apostando por la innovación, la sostenibilidad y un nuevo modelo económico. Debe reinventarse
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