Una cosa es que el impresentable Rafael Hernando actúe y hable como un jabalí dando dentelladas en el Congreso, medios de comunicación y redes sociales, y otra muy distinta que por parte de la izquierda no se actúe con la misma decencia que se debe exigir a cualquier cargo público.
Según hemos sabido estos días, lo de las mascarillas no es algo nuevo, porque la investigación judicial llevaba ya en marcha varios meses. Pero es que, además, la de la Fiscalía Anticorrupción dura ya casi dos años. Y hay que decir, y poniendo en valor la presunción de inocencia, que por ahora no han aparecido indicios que incriminen penalmente al exministro Ábalos. Si así fuera ya le habrían llamado a declarar y ni siquiera lo han hecho para que vaya como testigo.
Pero de lo que no existe duda es de su responsabilidad política, porque todo lo que estamos conociendo pasó delante de sus narices y no se enteró, y eso debería tener consecuencias. Lo mejor que puede hacer Ábalos es dejar el escaño. Y si no lo hace por su propia iniciativa, su partido debería exigírsela.
Que gente con el currículum del tal Koldo llegue a esos puestos de responsabilidad, con la cantidad de gente preparada que tiene este país, acaba con la moral de cualquiera. Que no haya inspectores para los geriátricos en Madrid o para revisar edificios con malos materiales en Valencia por falta de recursos, y si existan recursos para contratar como asesor de un ministerio a un personaje con antecedentes y exportero de discoteca como gran currículum, solo parece la punta del iceberg en una democracia que muestra síntomas de enfermedad, además de que ya está confirmado que padece un proceso cancerígeno de ultraderecha.
Tantos años de pelea antifranquista para llegar aquí, hacen que esto me cause mucha tristeza. Si la derecha no dimite ni es cesada, en la izquierda se dimite o se le cesa. Es la diferencia, y aunque parezca que los ciudadanos no vean la diferencia, esta existe, y la honestidad siempre acaba abriéndose paso. Aunque cueste tiempo.
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