miércoles, 6 de noviembre de 2024

¡Qué pena de pueblo!


Ya nadie se alarma por las continuas llamadas al odio de la ultraderecha. Las hemos normalizado, pero eso no convierte en demócratas a sus voceros.
La no ultra, pero derecha de Génova 13, está hoy encabezada por un estadista bluff, por un Carlos II el hechizado de 2024, alguien capaz de flirtear por la alcaldía de un ayuntamiento con esa ultraderecha sin pensar lo que ello conlleva. Un sembrador de cizaña, que crecerá seguro y más con tanta agua. Le han contratado para marcar el centro de la diana que ya dispararán los fanáticos. Un personaje sin sentido del ridículo, que balbucea disparates absurdos que hacen un orador de primera a Rajoy. El temeroso cordero del que les dice que hagan y de la muñeca diabólica, todo por sobrevivir. Aprendiz de forjador y propagador de bulos, y fabricante de venenos.
Y luego está la derecha valenciana, encabezada por un inepto, que primero no hace nada y luego culpa a los demás de no hacer. Un negacionista del cambio climático, pero todo un promotor del pelotazo urbanístico. Un cantante sin discos, capaz de canjear una unidad de emergencias por una corrida de toros, por que le den una entrada de palco.
Sobre esas tres patas, se sostiene el palo de la violencia. Son los tres protectores de matones a los que convidan a asistir, para encargarles que acusen de cobardía a la víctima, después de apedrearla para que huya. Matones que se sienten a salvo en esos lodos, sabedores de que si fuesen sindicalistas, nacionalistas o de izquierda les reprimiría la policía por gritar, pero que siendo ultraderechistas hasta serán escoltados.
Hoy hay quien les rie las gracias, que menudas gracias son. Pero, cuando pasen los días, las más de doscientas victimas quedaran en el olvido, para todos menos para sus familias. Y ellos seguirán ahí desocupados. Nadie juzgara a los culpables de lo ocurrido, lo mismo que no han juzgado a los culpables de lo ocurrido en las residencias madrileñas. Y si alguien lo intenta, alguna toga cometerá un error de procedimiento y eso les ahorrará hasta una sentencia culpabilizadora.
La lluvia no tiene la culpa de la rabia de la gente. La gente es inocente. Los culpables son los que les llevan tiempo envenenando.

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