Si se escucha la sarta de mentiras que nos han contado estos días, no debería extrañarnos que la gente pierda la fe en los políticos. Carlos Mazón estuvo hablando dos horas y media de la catástrofe sufrida por Valencia, y todo ese tiempo estuvo lleno de mentiras, omisiones, y con un solo objetivo, la manipulación de la opinión pública para salvar su culo. Todas las culpas eran de los demás, de él ni una sola. Para él, los 194 correos de la Confederación Hidrográfica a la Generalitat no le advertían de la que se avecinaba. Ni siquiera los 62 que le enviaron mientras estaba zampando en un restaurante, sin cobertura al parecer, intentando meter la mano en la televisión pública valenciana saltándose su propia legislación. Sin embargo, pretende que las horas que estuvo desaparecido en combate fue porque había atasco en la carretera, aunque el trayecto se hace en diez minutos andando. No vio motivo en todo el día para cambiar su agenda, y cuando se dio cuenta de la que había liada, ya era demasiado tarde. Con esta referencia, mantener la confianza en los políticos no puede ser, y además, es imposible.
Pero no solo crea desconfianza en la política la actitud de personajes como Mazón. Se ha aprovechado la tragedia para atacar por tierra mar y aire al estado. Escuchar a Pérez Reverte, que no sé cómo sigue viviendo en este país que según él es el que peor funciona del mundo, es parte de esa ola de descredito. Todo está mal, pero nunca le he oído aportar una propuesta con soluciones. Para él el pueblo es buenísimo, los malos son los políticos. Todos en el mismo saco. Debe ser que entre los escritores no debe haber buenos y malos; que, entre los médicos, no los hay buenos y malos; que, entre los fontaneros, no los hay buenos y malos; que, entre los jueces o los policías, no los hay buenos y malos; que, entre los periodistas, todos son magníficos y veraces, y junto a los políticos, tampoco los hay buenos y malos. Ese lema de que “todos son iguales” debe ser exclusivo de los políticos, y por supuesto, son todos malos, corruptos y mediocres, y de los periodistas, que todos son magníficos profesionales defensores de la verdad. Si esto no es una falacia, por muy buen escritor que sea este señor, que alguien lo explique.
Pocos se acuerdan, cuando hablan de malos políticos, de los que años atrás aprobaron unos planes de ordenación municipal que permitían la construcción en zonas inundables. Pocos se acuerdan de los malos políticos, cuando hablan de los que convirtieron la planificación del suelo en un método seguro para dar ellos y allegados el pelotazo económico. Pocos se acuerdan de que no debían ser muy buenos los que, en lugar de restaurar los cascos históricos de las ciudades y pueblos, se dedicaron a planificar urbanizaciones en las afueras y nuevas zonas que precisaban de servicios básicos que costeaba el municipio, y mientras dejaban que los centros históricos se llenaran de casas con riesgo de derrumbe, roedores, y edificios deshabitados. Esos eran buenos según ellos, y los que intentaron impedir las edificaciones en zonas de riesgo, o no otorgaron licencias a caprichos megalómanos del rico del lugar, eran los malos porque impidían el desarrollo del municipio. Los buenos son los Zaplana, Fabra, Barbera y demás hierbas. Pero a los muchos políticos que hacen su trabajo, que atienden a las necesidades de sus vecinos, que aumentan los derechos sociales, que nunca metieron la mano en la caja, no deben considerarlos buenos políticos, aunque sean mayoría.
También se está utilizando la tragedia por parte de aquellos que serían felices con un nuevo caudillo, por esos a los que la democracia les molesta, los que añoran el pasado. La gente joven ve mucho Neflix, mucha serie, y muchas horas las apps del móvil, pero pocos verás viendo informativos. Puede que en los informativos se les engañe, pero al menos podrán formar opinión de algo que han visto más o menos veraz. La desinformación los convierte en manipulables, en un borrego más del rebaño. Escuchar a gente afirmando que tenían que ser presidente del gobierno Amancio Ortega o Florentino Pérez porque sabe hacer negocios, es comprobar como caminamos hacia la estulticia política a galope tendido.
Y luego está la oleada de solidaridad de la gente tras la riada. Gente que ha dejado todo para ayudar, a la que no se la ha organizado para que esa ayuda sea lo más eficaz posible. Pero gente a la que también se ha utilizado por parte de los que añoran la vuelta al pasado, para viendo su trabajo generoso, afirmar que solo el pueblo salva al pueblo, que España es “un Estado fallido”, que los solidarios son la demostración de que el Gobierno está hundiendo al Estado, que el gobierno solo se preocupa de cobrar impuestos. Claro que pagamos impuestos, son con los que se pagan los servicios públicos, el salario de los profesores de los colegios públicos, de los médicos, médicas y enfermeras de la sanidad pública, de los policías, de los y las guardias civiles, de los bomberos, del ejército, de la UME, de todos los que sostienen la Administración. De los que junto a los solidarios están ayudando a recuperar las zonas devastadas. Cuando se cuestiona la utilidad de los impuestos, se está cuestionando cómo se ha acometido la reconstrucción de las infraestructuras de transporte que conectan a la provincia de Valencia con el resto de España, que hemos visto se está realizando en tiempo récord.
¿Puede el pueblo por sí solo, sin sus impuestos, reconstruir toda la infraestructura de carreteras y vías ferroviarias que ha sido destruida por la DANA? No. Tampoco ese pueblo puede dar ayudas millonarias a los que han perdido todo, y sin estado, el pueblo solo no puede cambiar las leyes para prevenir catástrofes. Esa idea de que no hace falta Estado la alientan los mismos que no aceptan que el cambio climático ha venido para quedarse, que los combustibles fósiles (que tanto defienden) están detrás, además de causantes de nuestras catástrofes, detrás de sus bolsillos llenos.
La culpa no se la eches a la política, apunta tu dedo hacia aquellos políticos que, por pensar en ellos mismos antes que en sus representados, ejercen la política de una forma deshumanizada. Mazón contó el viernes lo que quiso, pero no puso en el centro a las víctimas, sino a su cuello, y en ningún momento mostró empatía en su rostro con quienes lo están pasando inimaginablemente mal. Siempre es igual, ellos son siempre inocentes, y los malos son siempre los demás.
No caigas en ese falso juego de que todo está mal. Es la trampa de los reaccionarios, de los que añoran la vuelta a los tiempos del general ferrolano. Por mucho que se empeñen, el pasado nunca fue mejor.
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