Cuando nos acercamos al final de 2023, me chirría en los oídos el continuado griterío subido de tono que hemos vivido incluso antes del fracaso de la investidura de Feijoo, y que parece no acabar. Tengo la percepción de que han conseguido hacer de nuestra democracia un lugar poco hospitalario. Es lo que les enseñaron. Crecieron en el ordeno y mando, y todo lo que no sea que ellos ordenen y manden, les parece inconstitucional. No asumen que esa forma de gobernar ya no existe.
Quizás sea por eso, que les da igual que estemos en fechas navideñas. Si piensan que deben ser violentos en las instituciones lo son, y les importa un bledo el descredito institucional que eso conlleva; si hay que seguir con el insulto, insultan y siguen con el ruido y la provocación en las calles; si hay que aprovechar que la gente esté más pendiente del sorteo de la Lotería que de las noticias, para legislar de tapado se hace, como han hecho en la Asamblea de Madrid, haciendo retroceder los derechos del colectivo LGTBI y de paso legislando para controlar políticamente, más aún, Telemadrid. Da igual el día y la hora, lo hacen todos los días y a todas las horas, porque la consigna es continuar con la agitación y la propaganda.
El dúo “clavapuntas” de los lideres de la derecha española actúa al unísono. Ambos necesitan resucitar a ETA para su propia supervivencia, y ambos la resucitan. Son complementarios y así, mientras Abascal, infectado de rabia suelta espuma por su boca, Feijoo solo le mira. El del PP solo se arranca, una vez que quienes le dirigen le dan cuerda y se lo ordenan. La imagen es que Feijoo sigue a Abascal, pensando que eso le atrae el voto ultra, pero sin pensar que también tiene consecuencias negativas para la convivencia del conjunto del país.
Y es que por mucho que en Génova 13 le vistan de estadista, o que incluso algún día consiga alcanzar la presidencia del gobierno, Feijoo no dejará de parecer un pobre diablo, alguien que más de una noche debe arrepentirse de haber salido de Galicia, para vivir en las cloacas donde se agita la capital. Eso sí, no ha perdido la sonrisa de simplón, esa especie de risa floja con la que llegó y que no puede evitar que a muchos les recuerde la risa del idiota, la risa de la ignorancia que confirma la simpleza, la misma simpleza que le impide sentirse abochornado por tener que seguir el paso que le marca su Isabelita. El cumple con el papel asignado, y ella consigue así, que resalte aún más la mediocridad del gallego.
El Feijoo que antes titubeaba, ahora se atreve hasta hablarnos de memoria y dignidad, cualidades que puestas en su boca, parecen banales y con un significado muy diferentes del que recoge el diccionario, porque dichas por él, suenan a “tontás” en boca del tonto útil de turno. Parece como si en el PP estuviesen convencidos de que nunca tendrán que hacer política de verdad, de que la democracia les va a permitir excluir al otro que opina diferente, o de que en democracia no es necesario gestionar aquello que no se comparte.
Como decía, están convencidos de que sigue en vigor el ordeno y mando.
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