Desde la ventana de casa de mi hija, en un barrio obrero de Madrid, veo pasar a una pareja envuelta en la bandera nacional caminando. Son las once de la mañana y se dirigen hacia la parada de autobús. Hoy hay nueva manifestación en Madrid contra la amnistía, la investidura y el listado de cosas contra las que se les ocurra añadir que se manifiestan. En la derecha de este Madrid andan desatados.
Mientras, leo el problema entre Sumar y Podemos, surgido por la propuesta de un ministrable en el nuevo gobierno. El articulo 2 de la Ley 50/1997 de 27 de noviembre del Gobierno, dice que corresponde al presidente del Gobierno proponer al rey el nombramiento y separación de los vicepresidentes y de los ministros. Otra cosa es que eso se negocia antes, y más en coalición. Pero no se puede pretender que un presidente o un alcalde admita un ministro o un concejal en su lista que no quiere. Eso debería entenderse. Y si eso no se acepta, si hasta el apoyo a la investidura se ha decidido de modo asambleario, ¿no debería ser votada esa decisión por esa misma militancia?
Con lo que ha costado llegar hasta aquí (hace cinco meses se veía asomar la patita del lobo PP-Vox por debajo de la puerta), habría que irse al rincón de pensar antes de tomar las decisiones, y no dejarse llevar solo por el instinto. Dice la historia que algo se debió hacer mal cuando se marchan los buenos, los que valen. Porque no todos pueden tener razón, y aún peor, cuando el choque puede deberse a testarudez y prepotencia. Es la resistencia al cambio que, quien ahora se resiste, ayer criticaba. El sectarismo no conduce a nada positivo. El sectarismo rompe la baraja y así se acaba el juego.
Cuando comienzan los codazos empieza a oler a patetismo. Puede que lo que te ofrezcan sea un caramelo envenenado, si sabes que es así, cógelo y no te lo comas, pero no permitas que te acusen de orgullo excesivo, de ser desagradecido, de ser un soberbio. Hay en toda esta forma de actuar, mucho de falta de reflexión, de egocentrismo. Lo cierto y verdad, es que esta situación, más que enfado, causa tristeza, porque parece que hay siempre quien goza con triturar todo, con conseguir desilusionar al conjunto a toda costa. Es aquello de morir matando en una guerra cainita, y mientras, quienes lo hacen, viven en una realidad paralela. Aunque suene a reproche, es ceguera.
Es el sino de la izquierda, dejar su imagen por los suelos en cuanto tiene la menor oportunidad para hacerlo. Si esto es trabajar por un país, ¡pues me lo explique!
Ya se ha ido el autobús y, en el, los abanderados se dirigen al centro de la ciudad. Seguro que disfrutan más de ver este espectáculo en la izquierda, que del que ellos darán hoy en la calle, por ser reiterativo durante más de dos semanas, y con la investidura ya realizada, sus proclamas empiezan a parecer solo el ejercicio del derecho al pataleo. Recuerdan a los seguidores trampistas dispuestos a asaltar el capitolio.
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