martes, 20 de agosto de 2024

Las derechas tradicionales

Las derechas tradicionales están viéndose desplazadas por una nueva ultraderecha a la que han blanqueado con la búsqueda de su voto, acercándose a sus postulados, y sin darse cuenta de que son sus votantes los que acabarán eligiendo esa nueva tendencia más ultraderechista, en lugar de que los votantes de esa ultraderecha cambien y apoyen a la derecha clásica. Siempre es más atractivo el original que el sucedáneo.
Esa nueva extrema derecha se maneja muy bien en la comunicación política a través de mensajes, que aún siendo en su mayoría falsos, los hacen llegar a un electorado incapaz de cuestionar la veracidad de lo que las redes sociales, televisiones y medios digitales les cuentan. Utilizan sobre todo como sus argumentos fuerza estos dos, la inseguridad y el miedo al diferente. Para resultar atractivos ofrecen políticas de seguridad cuyo principal componente es un mensaje populista de que el inmigrante es la causa de todos nuestros males. Desde tu falta de empleo, el que viola en las calles a mujeres, el que ocupa tu casa y el responsable de la inseguridad en las ciudades. En el fondo su arma siempre es la misma, el miedo.
Pocos se paran a pensar frente a esos mensajes, que ellos nunca aceptarían ni los empleos ni los salarios que esa inmigración percibe, que dicen que el inmigrante les quita; que nunca aceptarían jornadas laborales de explotación, porque ellos exigen sus horarios; que la mayoría de casos de violencia de género no los protagonizan los inmigrantes, sino los nacionales; o que las ocupaciones no alcanzan ni de lejos el alarmismo que las empresas de seguridad y alarmas difunden para expandir su negocio(todos hablan de ocupas pero pocos conocen casos concretos); y que la inseguridad en las ciudades no tiene raza, sino un origen social de reparto de la riqueza injusto. Pocas sociedades occidentales podrían cuidar a sus mayores o recolectar sus cosechas sin la inmigración, y otras muchas necesidades que esa población les cubre.
Todo lo anterior es el caldo de cultivo perfecto para que esas fuerzas prendan en sociedades que se sienten indefensas. Si a eso se le añade una clase política actual, clásica, que en muchos casos ha hecho de su representación de los ciudadanos una profesión, y no como un tiempo de su vida dedicado al servicio a la colectividad, la combinación de ambas propicia que esa nueva ultraderecha tenga el viento de cola en esta Europa capaz de pagar a terceros países para que frenen la inmigración aunque los métodos que usen sean dejarles ahogarse en los mares o trasladarles al desierto para que mueran de hambre.
No solo en España, pero también aquí, los populismos de la ultraderecha han conseguido imbuir a muchos una nostalgia y una melancolía enfermizas, que les hace plantearse que el pasado siempre fue mejor, como si en el pasado todo fuese una balsa de aceite y en esta Europa no hubiesen existido lugares donde la gente no tenía que llevarse a la boca en esos años. Ni había derechos entonces para los trabajadores y quienes ejercían el poder lo hacían en su provecho, como puede suceder hoy, pero entonces la información no existía nada más que para una parte de las élites.
Han conseguido con su discurso que cuando la izquierda habla de políticas de género o de cambio climático, más que percibirlas el ciudadano como la apuesta por un futuro mejor, que es lo que realmente son, las perciban como algo que les genera muchas incertidumbres y aumenta sus inseguridades.
No será fácil revertir esa tendencia mientras no se cumpla el principio de que nuestro derecho es tener una información veraz y no manipulada como la que hoy recibimos. Hoy la información solo obedece a la voz de su amo y se ha convertido en indestinguible la falsa de la verdad. Es el cimiento sobre el que se levanta el discurso del odio.

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