viernes, 16 de agosto de 2024

La gran boda emeritada.


Pan y circo. En la villa y corte, los cortesanos y cortesanas disfrutan de los grandes eventos del momento, y pagan encantados con sus impuestos las conexiones en directo para ver el grandioso espectáculo. Ataviados con trajes de épocas pretéritas, desfilan mientras los súbditos les tocan las manos hipnotizados por tal privilegio.
Caspa y perfume claro se entremezclan. La cosa tiene mucho emérito. Es la diferencia de las náuseas entre la una borrachera por exceso de tintorro y la de cuatro botellas de Vega Sicilia per capita.
Como ha ocurrido siempre, la mala vida, las listas de espera o los fallecidos en residencias se olvidan celebrando la felicidad de los ricos. Estoy seguro que como madrileños algunos se preguntan ¿se puede ser más feliz? Y se responden ellos mismos, imposible.
Las peluquerías lavan sus cabellos y las televisiones autonómicas son las encargadas de lavar los cerebros. Algunos no lo querrán creer, pero en Madrid funciona, y hay un empeño de todos los verdaderos poderes, en extender esta ola de conservadurismo rancio al resto del país.
No he visto al novio de la otra que ya lo esconde. Pero si se puede ver a cuánta gente les pagamos sus cosas. Y claro, no necesitamos salir a las calles, porque nos es más cómodo poner la tele, esa tele que también pagamos todos, aunque creamos que nos sale gratis poder verlos reírse en nuestras caras.
Se saben impunes, apoyados por una justicia que no es justicia, y por una orda de fachapobres convencidos de que ellos forman parte de su mundo.

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