La gente en general tiene escasísimo interés en la política y eso la convierte en manipulable. Las frases hechas, los populismos, y los “latiguillos” son suficiente información para decidir el voto. Mientras, el voto del PSOE (ojo, no todo, pero si un porcentaje elevado), está cada vez más entre personas de edad que hace tiempo abandonaron la adolescencia y se acercan a la senectud. Los jóvenes de hoy se han criado en un estado autonómico y han aprendido su lengua, su geografía, su historia, y no tienen ninguna noción del trabajo que les costó la democracia que disfrutan ellos a sus mayores. Quizás por eso, el futuro del PSOE esté en las Comunidades sin nacionalismos, porque allí le es fácil convertirse en la izquierda nacionalista. La juventud, menos aferrada a una idea política que sus padres y abuelos educados en el franquismo, son hoy la cantera del voto nacionalista. Tienen conciencia de su identidad regional y votan en consecuencia con ella.
Eso no está reñido con el clientelismo o caciquismo tradicional en Galicia, donde para muchos la figura del cacique es la de un hombre bueno. Tampoco con el hecho de que una catástrofe ecológica antes de las elecciones gallegas, antes Prestige y ahora los Pellets, parezca revitalizar el voto a la derecha independientemente de cómo de mal lo gestionen. Ni con que Feijoo está aliviado no por como dice “haber derrotado a Sánchez”, sino par haber frenado a Ayuso, y sabe que será candidato a unas próximas generales.
Pero toca a los partidos de izquierdas, reflexionar. O se comprometen con la gente, o se convierten en activistas sociales, defienden la justicia social y los derechos de los más necesitados, o poco van a poder cambiar con un sistema capitalista y mediático capaz de segar de raíz cualquier avance en derecho. Solo hay una izquierda, la de verdad, la única capaz de representar a sus gentes desde su cercanía.
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