viernes, 16 de agosto de 2024

Aunque sea el sufrido agricultor el único que reluce.


Hay dos agros diferentes. El del agricultor que sostiene a su familia, el del jornalero y las pequeñas explotaciones agrícolas y ganaderas, por un lado. Es el de la impotencia, el miedo al futuro, y el cabreo que expresan muchos de ellos en las tractoradas. El de los que producen sin márgen de beneficio, agobiados por las trampas y los bancos, sin esperanza de que la siguiente generación le tome su relevo.
Y luego hay un segundo campo muy diferente a ese primero y muy distinto. Es el campo que nada en la abundancia. El campo del inversor, que hoy pone sus ojos en el, como ayer lo hizo en la vivienda o en la sanidad. Solo busca grandes rentabilidades. Y esto no es algo que ocurra exclusivamente en España, sino que acontece en todo el mundo. El dinero ha hallado un nuevo filón en las tierras y el negocio agrícola. Bill Gates se ha convertido en el principal terrateniente de EEUU. Estrellas de cine y televisión le imitan. También deportistas de élite. Son una corriente, una moda, toda una maniobra especulativa mucho más profunda de lo que a simple vista se puede apreciar. Es la economía de mercado que ha aterrizado en torno al suelo rústico.
La precaria situación de los primeros les lleva a poner en venta sus tierras y cada vez son más los fondos de inversión que aparecen como compradores de esas tierras que el pequeño agricultor se ve obligado a abandonar. Los grandes fondos juegan con la ventaja de sus economías de escala que les permiten abaratar costes.
El suelo rústico está llamado a ser un valor refugio, y ya está siéndolo, como ayer lo fue y hoy lo es el urbano. Nada favorece tanto este movimiento acaparador de suelo como la sensación de inseguridad económica e inestabilidad política en un país. Si no existen estas, se provocan. Nada ocurre por casualidad.
¿Te suena?

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