Cuando se creó Internet, creímos que se nos abría una ventana a la información, a la cultura, a una fuente para acceder a la educación el que no podía acudir a una clase o a una universidad. Luego, con Internet nos llegaron las redes sociales, y creímos que nos iban a permitir la libertad de opinión y expresión. Sin embargo, las redes sociales, por ende, gran parte del potencial de internet, se han convertido en un basurero moderno donde todo se puede arrojar, porque todo son residuos sin que nadie sea responsable de su reciclaje. Las redes sociales hoy son la manifestación digital de la imposibilidad de poner puertas al campo. Por un lado el anonimato, por otro la falta de educación, de respeto, y de cumplimiento de unas normas mínimas de convivencia, han hecho de algo positivo, un lastre para esa convivencia.
Por cierto, lo del anonimato en las redes es relativo, porque cuando la Guardia Civil o la Policía quieren, identifican al autor de algo sin problemas, recordemos como localizaron a quien puso un twist bochornoso sobre Carrero Blanco. Pero eso da materia para otra entrada en otro día.
En las redes sociales se puede ver como confundimos los derechos democráticos con la carencia de educación, de civismo, porque la educación implica respeto, algo hoy inexistente. Respeto no puede ser el caos consentido en el que quienes usamos esas redes nos encontramos. Todo lo que en ellas se vierte es motivo de una desazón insoportable. A aquellos que un día pusimos la cara por conseguir una democracia para este país, nos duele escuchar todo el día las mismas noticias sobre un mismo tema en cualquier medio, ocultando otras. Y lo peor, revestidas de una sarta de jilipolleces que solo buscan romper la convivencia. Las llamo jilipolleces porque nos toman por gilipollas, y porque solo pueden resulta creíbles por un jilipollas.
Anoche cenando con unos amigos hablábamos del progresivo alejamiento de los ciudadanos respecto a la política, sobre todo de los jóvenes. ¿Cómo no va a ser así? Nuestra manera de entender la “Política”, con mayúsculas, se ha quedado hoy antigua. No creo que las nuevas generaciones se alejen, es que las estamos apartando a palos. La extrema derecha, no busca cambiar la opinión de la gente, sino que los ciudadanos vean a todos los partidos iguales, el modelo del caos donde nada se salva, y de paso les sirve su discurso para despertar las fieras, que muchos creían dormidas, para que campen a sus anchas.
Analicemos un poco, y veremos como utilizan, simultáneamente, las redes y los medios afines, medios que no se sonrojan por soltar y expandir mentiras y bulos. En los medios existe un monopolio, propiciado en su día por Aznar que dejo en manos de oligarquías económicas la información en nuestro país. Parte de la estrategia de esos medios es convencernos de la importancia que tienen hoy día las redes sociales, donde si alguien te llama criminal o asesino, no se considera contenido ofensivo, y eso les permite a los medios jugar a la vez a ser dios y el demonio. El poder económico niega su poder de manejar las redes, pero ya se sabe que el mayor éxito del diablo es habernos convencido de que no existe.
En cualquier tertulia a la que asistamos o participemos, notaremos un sentimiento de cansancio, de hastío de cabreo, de impotencia, de rechazo por el clima político que soportamos. Muchos hasta lo califican de algo insufrible, pero mientras, ellos mismos lo propician con sus banalidades, eso sí, bien cargadas de sus venenos personales. Es la prueba tangible de que ha calado en la sociedad una actitud agresiva hacia el otro, que es el gran éxito de la extrema derecha para debilitar la democracia. Lo de los Alvise o García Albiol contra los inmigrantes, lo de Arcadi Espada llamando a la purificación, o las soflamas de Vox o SALF, son solo la punta del iceberg de estos eyaculadores de odio hacia colectivos de diferentes, pero que está sostenida desde abajo de la superficie por la complicidad del PP, que se muestra comprensivo con quienes dicen ver ya solo en la violencia, el siguiente paso necesario.
No se puede entender, que en una democracia, gente que se expresa contra el otro de manera visceral, pueda ocupar un espacio como representante de lo público, cuando en realidad solo representa a sus bolsillos y a fanáticos, pero no a los intereses generales de todos los ciudadanos. Y si eso es posible en nuestro país, es porque quienes proclaman esas consignas racistas y esos bulos saben, que si un día son juzgados, lo serán por juzgadores de su misma cuerda, mientras quienes denuncian hechos ilegales pueden acabar con sus huesos en la trena. El exigir como esos ultras hacen, su derecho a mentir, a la manipulación de la noticia, a las verdades a medias, o a la ocultación de informaciones que no dejan en buen lugar a quien les paga, no es por hacer una defensa del derecho de libertad de expresión. Es en verdad un ataque a la democracia, puesto que oculta, manipula y engaña al pueblo, que en democracia es donde reside el gobierno.
En una democracia no se puede entender como libertad de expresión, ni como algo normal y tolerable, que se queme un monigote que representa al presidente o que se le llame hijo de puta en sede parlamentaria, o que se pueda acusar a un inmigrante inocente de un asesinato sin que eso merezca sanción, mientras que a la vez, en esa misma democracia se considera que manifestarse en contar de un juez, o no estar de acuerdo con alguna de sus resoluciones, sea un atentado contra el poder judicial y una vulneración del estado de derecho.
La delgada línea que separaba tu libertad de la del otro, nunca fue necesario que nadie nos la dibujase a otras generaciones, si la traspasabas apechugabas con las consecuencias. Hoy parece que es imprescindible pintársela para que cada uno sepa hasta dónde puede llegar. O se respeta al otro piense como piense, crea en lo que crea, o su piel sea de otro color, o esto no es democracia, sino un estercolero al que las redes sociales le sirven de altavoz.
Buen domingo