domingo, 21 de febrero de 2021

Luego vas y te quejas.

 Las cifras que definen el poder del virus, tanto en contagiados, hospitalizados, en las UCIs, o n la de los tristemente fallecidos, ponen los pelos de punta al más impasible.

Pero en este tipo de escenarios es cuando aperecen todas las carencias que tiene nuestro sistema socio económico.
Nos quejamos de que las vacunaciones no adquieren el ritmo que sería deseable, pero nos olvidamos que si eso es así, no se debe a la falta de personal en nuestra sanidad, que seguro dedicaría las horas que fuesen necesarias para vacunar a toda la población lo antes posible. El problema está en que algunas empresas farmacéuticas están convencidas y lo ponen en práctica, que en estos tiempos a ellas lo único que les interesa es el dinero, el vender al mejor postor. No importan las razones humanísticas sino la ley de la oferta y la demanda. La demostración de que manda el mercado y sus leyes, y no los ciudadanos ni sus representantes electos. Incluso nada les importa si ya tienen un contrato firmado. Lo que importa es si hay otro que paga más, porque entonces ese va primero. Israel, Reino Unido, o EEUU lo saben bien y son los grandes beneficiados de que eso sea así. Vacunan más porque tienen más vacunas porque las pagan más caras. Ayer nos enteramos de que Trump ya lo hizo con los respiradores que no nos envío porque alguien se los pagó más caros.
Las vacunas hoy son un privilegio para los países ricos. Y lo que es peor, aquí se han convertido en un arma arrojadiza con la que algunos han decidido hacer su política nacional. Todo vale en esta sociedad donde impera el egoísmo, el poder económico, la impunidad del dinero.
De este modelo de sociedad, todos somos responsables. Unos porque lo hemos tolerado, y otros porque lo han implantado apoyando con su voto a un neoliberalismo voraz, al que sólo se le ve el plumero cuando ocurren situaciones como esta que estamos viviendo.
Luego vas y te quejas.

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