miércoles, 18 de septiembre de 2013

Contra la corrupción, mas democracia.


Este verano han sido muchas las cortinas de humo utilizadas por el PP para tratar de ocultar la imagen de un partido sumido en la corrupción       (Gurtel o su derivación en el caso Bárcenas). Para eso todo vale, desde  reflotar el problema de Gibraltar, la posible guerra de Siria, o dar por hecho obtener los Juegos Olímpicos. Todo les ha sido útil en ese empeño. Pero fundamentalmente han utilizado el mensaje de fondo más  nocivo para la democracia: la corrupción es generalizada y es equiparable en todos los partidos, y afecta a todos los políticos.

Con esa “táctica ventilador” el PP busca su autoprotección, pero no es menos cierto que desde los demás partidos se le ha facilitado que su mensaje pueda calar en la ciudadanía.  Son hoy tantos los casos individuales y los partidos afectados, que ante los ciudadanos la imagen de la política ha quedado seriamente dañada, y la desconfianza en el funcionamiento de las instituciones es hoy un hecho indiscutible.

Por eso, quienes creemos que la mejor forma de gobierno es la democracia, estamos en la obligación de fortalecer los mecanismos legales para combatir la corrupción política. Y no valen simulacros como los instrumentos de la llamada Ley de Transparencia que ahora a toro pasado pretende imponer el partido popular, sino que urge plantear una serie de medidas que puedan devolver la confianza perdida por los ciudadanos en el sistema.

Esto es exigible a todos los demócratas, pero sobre todo somos los socialistas quienes debemos demostrar que no somos iguales al PP, poniendo sobre la mesa una serie de propuestas capaces de llevar al ciudadano al convencimiento de que realmente estamos no solo contra los casos del PP, sino contra cualquier tipo de corrupción incluidos los ERE andaluces.

Solo lo lograremos si somos capaces de liderar esa lucha, y si el nuevo proyecto socialista va a surgir de la próxima Conferencia Política a celebrar en noviembre, este es un asunto que debe quedar meridianamente claro, para que nuestro posicionamiento se visualice de manera contundente.

Podrían ser muchas las propuestas realizadas desde el socialismo en esta lucha, pero si la corrupción es una transgresión de la conducta que los electores esperan de sus elegidos, o del papel que esperan desempeñen las instituciones públicas, parece obvio que se elabore un código de conducta como primera medida a adoptar.

Debe ser aplicable en todo el territorio del Estado, y a todos los representantes de los ciudadanos, y definir claramente las funciones y competencias de cualquier cargo público para que su ejercicio sea al servicio de la sociedad. Y una vez elaborado ese código de conducta, se necesita una figura encargada de garantizar su cumplimiento, y esa figura debe ser electa por todos los ciudadanos y no depender  su nombramiento del gobierno de turno.

Esto puede complementarse a nivel interno de los partidos regulando  estatutariamente los órganos o figuras encargadas de este menester internamente. En el partido socialista hay una serie de premisas que a nivel interno deberían ser evaluadas para aplicarse: ¿debe dimitir un imputado del cargo que ejerce? ¿Debe cesar en su militancia? ¿Debe facilitarse defensa jurídica la institución o el partido? No es cuestión de expresar uno u otros posicionamientos personales, es la oportunidad de adoptar en la Conferencia Política un posicionamiento como organización, y hacerlo democráticamente.

Lo que parece no discutible, ante la posibilidad de que los corruptos se vayan de rositas si ha transcurrido un tiempo, es la opinión de la gran mayoría de ciudadanos de que es necesario legislar que estos delitos no prescriban en tan corto plazo como lo hacen ahora, y endurecer las penas por delitos de corrupción, tanto para el que instiga a la corrupción como al que se corrompe, y debería reformarse el Código Penal para posibilitarlo.

Las dudas sobre financiación de los partidos, muestran que deben ponerse en marcha nuevos mecanismos para fiscalizar sus cuentas porque el Tribunal de Cuentas se ha mostrado inoperativo para ello. No es solo ineficaz por falta de medios, que también, sino porque en su composición carece de representación ciudadana, y sus miembros están designados por aquellos a los que deben fiscalizar. En esa composición debería primar la independencia, la capacidad, los méritos técnicos y la especialización. Nadie entiende que la sociedad no tenga capacidad de control y mayor participación en un órgano de control.

Continuando con los órganos anticorrupción, parece lógico también aplicar este requisito al Fiscal General del Estado y al Fiscal Anticorrupción, y que a ambos se les eligiera por sufragio universal secreto, libre y directo de la ciudadanía, y no como se hace actualmente. Con ello se respaldaría su representatividad en nombre de los ciudadanos, mientras que la actual designación (sin poner en duda su capacidad y merito profesionales), no deja de ser una fórmula que en si misma les hace cuestionables. 

Y para completar la independencia del sistema, también la figura del Defensor del Pueblo debe ser reforzada en sus competencias y su designación también realizarse mediante sufragio universal, en voto libre y secreto, como los anteriores. Con estas modificaciones se facilitaría que la sociedad pueda, porque debe, saber en todo momento qué hacen o plantean sus representantes, y para ello la transparencia debe ser un principio exigido y practicado por cualquier cargo e institución pública, porque el poder debe ser transparente y compartido, y nunca poder ser utilizado en beneficio personal.

Para los socialistas, la Conferencia Política es una oportunidad para que los socialistas hagamos estas propuestas, y a la vez reivindiquemos la eliminación de aspectos que por los ciudadanos se consideran privilegios ligados al cargo institucional. No es llamarse socialistas, sino vivir como socialistas

Si tanto preocupa a la clase política la llamada desafección de los ciudadanos, parece necesario reafirmar que la política y los políticos solo recuperaran el crédito perdido con hechos y actuaciones. Hoy más que nunca es válido el aforismo de que las palabras se las lleva el viento. Ejemplos de que esta afirmación forma parte de cómo debemos entender el socialismo, hay muchos en nuestra historia como partido, y si alguien los desconoce puede leer a Pablo Iglesias.

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