La situación de las residencias de mayores en España, y en particular en Castilla-La Mancha, sirve para ilustrar las tensiones existentes y los desafíos a los que ha de hacer frente, un modelo de cuidados en plena transformación, que viene marcado por el envejecimiento demográfico, por la desigualdad territorial existente y por la tensión entre lo público y lo privado. Para entender la situación, es imprescindible analizar no solo los datos y las políticas, sino también las implicaciones sociales y culturales del actual sistema.
Si analizamos cobertura y financiación, vemos cómo Castilla-La Mancha destaca al situarse como la segunda comunidad autónoma con mayor cobertura de plazas residenciales para personas mayores, puesto que en nuestra comunidad se ofrecen siete plazas por cada 100 personas mayores de 65 años, superando ampliamente la media nacional de cinco plazas. Con estos datos se sitúacerca de Castilla y León, que es la que lidera esa oferta con 7,73 plazas por cada cien mayores de 65 años. Este esfuerzo de cobertura es relevante, pero no está exento de problemas estructurales.
Si miramos la financiación, nos encontramos que dos de cada tres plazas en nuestra región cuentan con financiación pública, que en números absolutos supone más de 19.000 de las casi 28.000 plazas disponibles, yademás, de ellas más de 11.700 son estrictamente públicas. Si miramos los mismos datos a nivel nacional, veremos que aproximadamente el 67% de las plazas residenciales para mayores son de financiación pública, mientras que el 33% restante son privadas. Al igual que sucede con la cobertura, la financiación pública, aunque es mayoritaria, se distribuye de forma desigual, y el acceso a una plaza depende en gran medida del territorio y del nivel de renta, pese a los discursos institucionales que proclaman la igualdad de oportunidades.
Se puede afirmar sin miedo a equivocarnos que la variabilidad regional existente en nuestro país, tanto en los criterios de acceso cómo en las tarifas, genera situaciones de falta de equidad y refuerza la brecha entre Comunidades Autónomas.
Analicemos ahora los costes y la sostenibilidad del actual modelo. La reciente subida del precio concertado por plaza y día para personas con grado III de dependencia (de 55 a 60 euros) en Castilla-La Mancha es la respuesta de la administración regional a la presión inflacionista y al aumento de los costes operativos. Pese a ese esfuerzo, las entidades del sector encabezadas por ARTECAM consideran que esta subida sigue siendo insuficiente, puesto que su reclamación erad de alcanzar un precio de 67,67 euros por usuario y día, y a la vez denuncian que los servicios prestados no varían significativamente entre grados de dependencia. La consecuencia de esa no equiparación de ingresos y costes es la demostración de la fragilidad financiera de muchas residencias privadas concertadas, lo que al final se traduce en la base para argumentar dificultades para garantizar una atención de calidad, puesto que no considerar percibir una financiación adecuada y estable.
El sistema de copago obliga a los usuarios a aportar entre el 65% y el 85% de sus ingresos tanto en residencias públicas cómo en concertadas. Esto plantea interrogantes sobre la equidad y la sostenibilidad social del actual modelo. Para quienes no acceden a una plaza pública o concertada, el coste íntegro de una residencia privada suele resultar inasumible, y en muchos casos obliga a la familia a recurrir a productos financieros como por ejemplo la hipoteca inversa, o la pensión vitalicia, mecanismos que trasladan la carga económica a las familias y que a lo que contribuyen es a reforzar la mercantilización de los cuidados.
Se deben afrontar unos desafíos sociales y culturales si queremos mejorar el modelo. Sociológicamente resultafundamental señalar que la residencia no es solo un recurso asistencial, sino que también siempre debe ser un espacio de socialización, identidad y pertenencia. Aunque el discurso oficial subraya el papel de las residencias como motores económicos y generadores de empleo estable, y especialmente no deslocalizable en zonas rurales y despobladas, olvida que institucionalizar la vejez siempre suele estar asociada con la pérdida de autonomía y con la ruptura de vínculos con la comunidad, a pesar de los esfuerzos por promover el envejecimiento activo y la atención integral.
Curiosamente en el informe del Observatorio de Intangibles y Calidad de Vida, se sitúa a las personas mayores de Castilla-La Mancha entre las más felices de España, con una puntuación de 7,87 sobre 10, por encima de la media nacional. Lógicamente este dato habla a favor de las políticas públicas, que muy al contrario de que el mismo le lleve a morir de éxito, les invita a reflexionar sobre cómo se puede mejorar la percepción de los factores cualitativos que inciden en el bienestar: la proximidad familiar, la calidad de la atención, el respeto a la autonomía y la participación social.
La presión demográfica, el aumento de la dependencia y la desigualdad territorial exigen una revisión profunda del sistema, que vaya más allá de la mera ampliación de plazas o la subida de precios concertados. El reto real pasa por construir un modelo de cuidados que garantice la dignidad, la autonomía y la participación de las personas mayores, evitando la segregación social y territorial, y reconociendo el valor de los cuidados como un bien común. La apuesta por los servicios públicos, la coordinación sociosanitaria y la innovación en modelos residenciales (como las viviendas colaborativas o los cuidados en el hogar) son caminos imprescindibles para afrontar el reto del envejecimiento en una sociedad democrática y cohesionada.