domingo, 31 de mayo de 2020

Diario del coronavirus 155

Hoy le decimos adiós al mayo pandemico, y nos acercamos al verano, esa estación en la que la luz lo invade todo, en la que las personas parecemos más brillantes. Ojalá que sea así, y recuperemos esa brillantez también como país.
Puede que estemos viviendo el año más extraño de nuestras vidas. Es como habitar un mundo al revés. Confinados los que amamos la libertad; enfermos los profesionales sanitarios; sin salud los que la consideramos un preciado regalo; perdiendo a aquellos que nunca hubiéramos querido perder; con una cacerola en la mano, quienes siempre odiaron una cocina; o gritando revolución aquellos a los que siempre le molestaron los revolucionarios.
Será que hemos entrado en el año de la oscuridad, cuando creíamos habitar en el mundo de las luces. Hemos comprobado que quizá la luz del día no ha sido tan diferente, pero también que hay muchos conciudadanos sin luces. Porque solo por carecer de luces, podemos olvidarnos de los consejos, mientras seguimos con los prejuicios de ayer, y nos movemos por nuestros miedos.
A cambio de mantener la salud, nos ha sobrado todo. Recluidos, hemos llegado a idealizar aquello que creíamos banal por cotidiano. Una sensación o una breve mirada, las hemos valorado más que nunca lo habíamos hecho. Hemos agradecido las lluvias que odiábamos de abril y mayo. Las fotografías que acumulaban polvo en los cajones, nos han permitido recordar momentos y personas olvidadas o desaparecidas de nuestras vidas hace tiempo. Nos hemos sentido unos idiotas, por saber de aquellas fotografías perdidas, o las que un día quemamos en un arrebato de no sabemos qué.
Quienes ya peinan canas, y quienes no peinamos nada, hemos descubierto que aprendimos más por viejos que por diablos. Que hasta hemos conseguido ver lo invisible, e incluso tocarlo en el aire. Que sin un poco de humor en nuestras vidas es difícil ser feliz. Que por fin descubrimos el motivo, por el que alguien nos enseño el camino aquel día que andábamos perdidos en el naufragio cotidiano de la vida. Fue por bondad, por generosidad, por solidaridad.
El día que el temor a la pandemia acabe, cogeremos un billete sin destino, con la sensación de que no hay distancias, pero sabedores de que las grandes autopistas de la vida siempre tienen un peaje. Ahora sabemos que si en nuestra habitación personal hay sombras, es porque alguien encendió una luz para que las viésemos. Que es más fácil responder, que ignorar los mensajes. Que siempre a lo lejos hay un faro que nos impide el naufragio. Y que para cambiar el mundo, solo es necesaria una razón.
¿Qué cuál es esa razón? La respuesta siempre la tienes tú. Yo tengo la mía. Cada uno tenemos la nuestra.
Buen domingo.

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