sábado, 23 de mayo de 2020

Diario del coronavirus 136

Sábado de cacerolas
Convocados por la ultraderecha y con el apoyo de la derecha, hoy sábado, los españoles que añoran tiempos pasados, podrán ejercer su derecho a manifestarse contra la gestión de la pandemia por el gobierno. Ciudadanos que le llaman gobierno represor, mientras ellos desprecian y se olvidan de respetar las normas que emanan de nuestro estado de derecho y de nuestra democracia en sus manifestaciones, anteponiendo sus intereses partidistas a la salud colectiva.
Lo harán en sus coches, y exhibiendo himnos y símbolos, como si al mostrarlos, su ofensa a un gobierno democrático fuese mayor. Tendrán más minutos de pantalla, de los que se otorgarían a cualquier otra protesta con un número mayor de participantes. Para eso cuentan con la afinidad ideológica de los dueños de esos medios. Son pocos, pero camparán a sus anchas en las pantallas. Sirva de ejemplo de ello, como ayer viernes, unos cientos de personas en Málaga protagonizaron más de dos minutos de un informativo de las nueve de la noche.
Las cacerolas hacen mucho ruido. Se escuchan más lejos que los aplausos. Pero corresponden a una minoría ruidosa, no a una mayoría de ciudadanos. Se manifiestan, más que contra la gestión de la pandemia como afirman, contra la idea de que pueda existir un impuesto a su riqueza. Lo hacen contra un gobierno, al que no
consideran ganador de unas elecciones, sino que con calificarlo como socialcomunista, ya les parece suficiente motivo para que deba ser derrocado. Pero sobre todo se manifiestan, sin
respetar en ningún momento las medidas de seguridad sanitaria, mostrando así un negacionismo que hemos visto en Trump, Bolsonaro, y en el fascismo anti Merkel. Son parte de una ola de intolerancia que inunda el mundo, tanto o más peligrosa que un virus.

A eso debemos sumarle la pasividad policial. Mientras todos caminan agolpados, no se les pide la documentación a ninguno, ni siquiera para comprobar si se han desplazado desde otra localidad. A muchos y muchas de nosotros nos la han pedido, cuando si estábamos obligados a desplazarnos para trabajar. A quienes se manifiestan en vueltos en la bandera no. No se entiende a unas Fuerzas de Seguridad, con esa permisividad, por parte de quien está obligado a cumplir la ley y a hacer que se cumpla.
Un ingrediente importante de las caceroladas es la provocación. Sus protagonistas buscan que se lleguen a ver en los medios conatos de violencia. Eso les supondría una gran victoria mediática. Pero además, las caceroladas son también parte de esa cortina de humo, que pretende impedir que las primeras planas las ocupen las colas de gente esperando una bolsa de comida porque está pasando necesidad. Esas imágenes de la pobreza, no ocuparán más de quince segundos en un informativo, y si lo hacen, es más para mostrar las bondades de muchas entidades sociales (con especial reflejo de las próximas a la iglesia católica), que por informarnos de la cruel realidad del hambre en nuestro país. Un contraste que choca con el atuendo de los de las cacerolas.
Pero salvo provocación en búsqueda del enfrentamiento, quienes salen a manifestarse, carecen de argumentos que lo justifiquen. Reivindican falsamente libertad, puesto que no carecen de ella, salvo que llamen libertad, a seguir manteniendo su papel de explotadores, que es la vocación de algunos de sus impulsores hoy dedicados a arengar a los manifestantes. Lo único que puede considerarse positivo de esta rebelión de las clases altas, es que por fin se están quitando las caretas, de misa diaria y golpe en el pecho. Ahora desde sus balcones ya no disimulan, se les ve insultar a viandantes de otro color de piel, o ensañarse contra jóvenes extranjeros, o criminalizando a muchas personas a las que hasta ahora llamaban "sus vecinos". Todo por no pensar como ellos. Estas actitudes son propias de quienes solo tienen miedo de perder sus privilegios.
Ayer también empezaron a aparecer otras concentraciones vecinales, estas para reivindicar una sanidad pública y por la defensa de los derechos de los trabajadores. Para esas si que hay muchos más motivos de reivindicación que para las de las cacerolas, porque la desigualdad de unas zonas a otras, sobre todo en las ciudades, es cada vez más patente. No ya solo en infraestructuras y en recursos públicos, sino una desigualdad que se ha hecho mucho más evidente en las cifras tan diferentes, tanto en el número de contagios como de muertes, entre los barrios ricos y los barrios pobres. Al final, en las ciudades siempre se hace presente la línea divisoria de la desigualdad.
Así que hoy sábado, nos espera contemplar y escuchar a esa España que, como reflejaba una viñeta de El Roto, exhibe su patriotismo, mientras lo que defiende es su patrimonio. Que rechaza el confinamiento, pero que le gustaría conformarnos a quienes pensamos de forma diferente a ellos. Que exige reactivar su economía por encima de proteger la salud, para así salvaguardar un patrimonio que se oculta. Ante sus muestras de intolerancia, el mejor consejo es que no nos alteremos y veamos como útil, que se manifiesten en libertad, demostrando que están ahí y que el franquismo nunca desapareció, sino que disimuló su presencia durante años. Nos toca no darles más importancia de la que tienen, que es poca.
Pero lo que si deben saber, es que si hoy pueden manifestarse, es porque estamos en una democracia, un hecho que ellos no quieren valorar, y que si pudiesen cambiarían. Hoy no es día de responderles, eso debemos hacerlo en las urnas, cuando nos toque.
Buen fin de semana.

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