Considero una obligación y un acto de lealtad
para con mi partido exponer siempre lo que pienso, aunque no le agrade a
quienes opinan de manera diferente, y para muchos opinar diferente en público sea
una muestra de deslealtad. Debo comenzar afirmando que hoy ya carezco de la
ilusión, necesaria e imprescindible, para ir en cualquier candidatura.
En el PSOE le damos relevancia a las listas,
mientras no parece preocupar que en los últimos años un número importante de
personas haya dejado la militancia, y tampoco que muchos los que abandonan sean
a los que los ciudadanos más valoran por su capacidad de lucha contra la
injusticia social. Manifiestan hacerlo, aburridos de que con sus
reivindicaciones internas obtengan menores logros que los que alcanzan frente a
los rivales políticos. Ese goteo constante, por algún dirigente se califica
como de “ratas que abandonan el barco”.
Me pregunto si entre esos dirigentes, alguno
se ha puesto a pensar el porqué de esas bajas. En ningún nivel de responsabilidad
(federal, regional o provincial) parece existir interés por averiguar su causa,
convencidos de que para mantener el apoyo electoral les basta con incorporar
caras nuevas. Sin embargo, cada vez son menos las caras nuevas en puestos de
salida, relegando estas a posiciones de
reserva.
Creo que se necesita un nuevo proyecto que
marque distancias con el PP, con quien los ciudadanos han llegado a
confundirnos en algunos posicionamientos a la hora de ejercer el gobierno.
Cambiar las caras puede modificar solo la imagen, pero eso no modifica el
proyecto político. Pocos discutirán que la calidad democrática, el empleo, la
educación y la sanidad, las pensiones, o
las políticas de atención a la discapacidad deben ser los pilares de ese nuevo
proyecto, y esa respuesta debe estar concebida dentro de una nueva realidad
económica, muy diferente a la que existía en los orígenes del socialismo.
Falta un modelo socialista europeo, pero tampoco
podremos elaborar un proyecto nuevo de socialismo español, autonómico o
provincial, si mantenemos un modelo de organización de partido cerrado y
endogámico, con todo el poder concentrado en un grupo de dirigentes que optan
por marginar a los que disienten de sus planteamientos, antes que por el
consenso que los integre. Asumimos las ideas más atractivas que aportan
nuestras bases en las conferencias, pero luego solo son desarrolladas las que no
cuestionan el posicionamiento de los dirigentes.
Hemos puesto en marcha las primarias para
elegir nuestros cargos, pero el sistema de elección ha resultado controlable haciendo
que los candidatos solo pueden salir de entre quienes ya eran parte de las
cúpulas del partido. No puede valer como excusa que ese problema sea generalizable
a los demás partidos.
En un partido de ideología progresista no puede
prevalecer la puesta en escena sobre los contenidos del discurso. Por hacerlo
así, eso nos ha llevado a la desafección por la política que ha crecido progresivamente
entre la gente más preparada. Debería preocuparnos que este modelo de “política
de imágenes” esté poniendo en cuestión no solo a las posiciones de izquierda
sino al propio sistema político de nuestro país, y si no somos capaces de una
verdadera regeneración de la vida política y del propio partido, será todo el
sistema democrático el que estará cuestionado.
Continuamos cometiendo los mismos errores,
porque aun siendo legítimo e indiscutible el liderazgo de los secretarios
generales, difícilmente los ciudadanos volverán a vernos como un partido
socialista y obrero, si se sigue percibiendo al PSOE como un partido
endogámico, en el que gobiernan un grupo de familias políticas, que son las
mismas que lo hacían con anteriores secretarios generales, aunque con
diferentes proporciones de poder a las que tuvieron años atrás. Ese es el
problema que existe en la composición de muchas de las listas que se
confeccionan estos días.
Si el PSOE quiere seguir como la gran
alternativa desde la izquierda, tiene que regenerarse sin más remedio, organizarse
de manera diferente, y anteponer el ideario socialista y los intereses de la
sociedad de hoy, a los intereses del partido como organización y a los de sus
dirigentes. No es un tema de caras
nuevas, es mucho más profundo. El partido debe servir para organizar y recoger
propuestas y no solo para confeccionar las listas de candidatos, relegando a un
segundo plano la respuesta a los problemas de los ciudadanos. Reinventar el
partido se hace cada día más imprescindible.
Siempre he creído que la izquierda no es tal
sin debate ideológico, y que primero hay que tener el proyecto y posteriormente
designar a los y las mejores para llevarlo a cabo, pero he debido quedarme anticuado
en esa concepción porque ese parece un método que ya forma parte del pasado del
socialismo. Ahora lo que vende es llamar a “Sálvame”, o tener una entrevista en el programa de Ana Rosa, o
aparecer en la Sexta Noche. Da la sensación de que el debate ya está de más, lo
que supone una falta de respeto a los electores por menospreciar su capacidad
de raciocinio.
Lo cierto es que pese a las declaraciones de
regeneración y compromisos de cambios tras los congresos, los procedimientos de
designación siguen anclados en el pasado. Los Estatutos y Reglamentos que nos
hemos dado están para ser respetados, y en ellos se explicita que las listas se
deben elaborar una vez escuchadas las asambleas locales y luego aprobadas por
los Comités Provinciales, pero las propuestas de las asambleas brillan por su
ausencia, convencidas de que su opinión no será tenida en cuenta si no coincide
con la de los dirigentes.
Esa teoría se ha visto confirmada al ver que
en muchas provincias se ha sabido quien encabezaba la lista al Congreso antes
de la celebración de las asambleas, toda una falta de respeto a los militantes
y un insulto a los miembros de los
comités provinciales obligados a decir amén a las propuestas de las
respectivas ejecutivas, ante el daño que haría a la imagen de la organización rechazar
esa propuesta oficial. Lo fácil es aprobarlas, y mejor si es por unanimidad,
confundiendo unidad con uniformidad.
Siempre cualquier elección es injusta,
porque siempre habrá compañeros y compañeras que se han currado el nombre de
este partido durante años y saben de qué va la cosa, pero no serán designados. No
es que los elegidos no lo merezcan, sino que da la sensación de que lo que se
valora es estar próximos a las direcciones, y que importan más las composturas,
designar a alguien para que otro alguien no se mueva.
Quienes defendemos la teoría de “un
militante, un voto”, no es que estemos en desacuerdo con los nombres decididos,
que son nuestros candidatos y candidatas, sino que mostramos nuestra discrepancia
con la manera en que la organización elabora esas listas en la mayoría de las
provincias, en las que la opinión de la militancia no es consultada, o de serlo
su opinión es relegada respecto a la de los dirigentes.
Puedo estar equivocado, pero mi percepción
es que esta forma de actuar hace que exista cansancio y falta de credibilidad de
las direcciones entre muchos votantes socialistas de siempre, lo que se ve favorecido
por las formas de plantear algunas políticas y las ocasiones en que los
dirigentes socialistas han dicho algo y lo contrario al día siguiente.
La voluntad de cambio y regeneración no se
transmite a los ciudadanos a través de las campañas publicitarias ni por mucho
que una imagen pueda resultar atractiva. Se demuestra creyendo de verdad en que
la democracia es el sistema de gobierno menos injusto de todos los posibles, y
aplicándola primero entre las propias filas. Quiero que el triunfo del socialismo
sea por mérito propio, no por el demerito de los demás. Me gustaría ser yo el
equivocado y que el PSOE recupere la hegemonía en el respaldo de los ciudadanos
que nunca debió perder, pero obstinarse en las viejas formas no nos ayuda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario